0.05 am.
Es una noche fresca, poco habitual en Buenos Aires en esta época del año, pero adentro del bar de FM La Tribu hace calor. O está cálido. O mejor dicho, es cálido. Acaba de suceder la última lectura del año del Ciclo Carne Argentina, que desde hace siete años, organizamos con mis amigos, los escritores Alejandra Zina y Julián López.
Tres escritores jóvenes, Nicolás Correa, Claudia Sobico y Mariela Gouiric cerraron la noche con lo que podríamos llamar su “literatura de frente manteca”: durísima, honesta y profundamente bella. Estamos todos conmocionados y felices. Por eso nos abrazamos tanto. Por eso hay tanto calor aquí adentro.
9.00 am.
Nos levantamos con Grillo, tomamos unos mates, comemos medialunas, hojeamos los suplementos literarios que salen los viernes. Me olvidé de comprar comida para los gatos, así que Larsen, troglodita pertinaz me va a taladrar la cabeza resacosa con su maullido constante: no entiende –y mirá que se lo explico de buenas maneras- que el tipo que vende la comida no abre hasta las 10.
El día se presenta a media máquina, como siempre que trasnochamos el jueves. Como siempre, bah. De todos modos, me siento en la notebook y trabajo en una corrección.
12.00 pm.
Me preparo una sopa levantamuertos: repollo, puerro, cebolla de verdeo, perejil, apio, calabaza, jengibre, un cubito de carne. Cuando todo hierve, proceso las verduras, las devuelvo a la olla. El toque final: una garúa de avena.
2.00 pm.
Luego de una siesta corta y reparadora, vuelvo a la máquina. Pero ya no tengo ganas de trabajar. Reviso los correos. Tengo uno de mi amigo Pablo Cruz. Hace unos días le mandé las treinta primeras páginas de la novela que estoy escribiendo. Pablo es un lector muy atento y conoce del tema que ocupa la novela: un grupo de hombres van a pescar a una isla del Litoral. Así que me devuelve los borradores con algunas correcciones, algunas sugerencias y, para mi alegría, dice que le gusta mucho, que Enero Rey es un personaje entrañable.
Toda mi tarde se irá diluyendo en ver el facebook, poner “me gusta”, subir alguna canción, chatear con amigos. Pensar una vez más que debería abandonar FB, que me quita tiempo, que es una porquería.
8.00 pm.
Me baño. Descubro que gracias a unas pantimedias que me compré hace unos días y que son modeladoras, recupero un vestido que me gusta mucho pero que hacía tres años que no me entraba. Me tomo el 99 y voy a encontrarme con Grillo y unos amigos santafesinos en un bar que no conozco, que vi por internet y me pareció que estaba bueno. Y está. Mucho. Tapas y cañas.
11.00 pm.
Llegamos para el final de la presentación de un libro en un bar que explota de gente. Encontramos amigos, la cerveza está caliente y encima te la sirven en vasos descartables.
11.45 pm.
Por fin recalamos en un bar “como la gente”. El San Bernardo. Un bar gigante, de principios del siglo XX. Dicen que allí, Macedonio Fernández escribió algunas de sus novelas. Que durante unos años fue la parada de algunos de los llamados poetas de los 90, Martín Gambarotta, Alejandro Rubio y otros más. El bar está derruido, en muchas partes, el cielorraso de yeso, caído, está emparchado con maderas. A un costado hay muchas bolsas de cemento y arena y esa parte, aparentemente en refacción, está cubierta con nylon negro. Hace treinta años que está así, “en refacción”, me cuentan. Hay mesas de pool y mesas de ping pong, ceniceros de pie, taxistas viejos, mozos viejos, chicos muy jóvenes y me pregunto indignada cómo es que hace diez años que vivo en Buenos Aires y recién me entero de este bar.
Mi 30 de noviembre termina como empezó: celebrando con amigos. No hay nada más grande, más hermoso y más necesario en la vida que los amigos.
Ver también:
[Israel Centeno] [Maximiliano Barrientos]