Lolita Bosch: Un día en la vida
Hoy me levanto espesa porque las noches de tormenta mi perro las pasa inquieto. Nos dormimos tarde. Soñé que inventaba un dispositivo para impedir que pudieran grabarnos sin permiso. Trataba de que se distribuyera gratuitamente y resultaba muy complicado. Se cruzaban intereses extraños que parecían nudos. Me costó dormirme pensando cómo hacerle.
Ahora son las 10h.
El cielo está de color gris azulado, parece a punto de explotar. Le escribo a un amigo, le digo: “El cielo está de color gris azulado, parece a punto de explotar. Son las 10h”. Me preparo un café y me siento a leer la Crítica de la Razón Pura, de Kant, que debo terminar esta semana para seguir el ritmo de unos estudios de teoría crítica que estoy cursando en México. Empieza a llover de nuevo. Las gotas son flechas que no aciertan, que no tratan. El cielo sigue gris azulado, a punto de explotar. Son las 11,21. Mi amigo todavía no me responde. Está en el otro lado del mundo, probablemente dormido.
Quiero otro café pero no hay leche. Sigo leyendo, el clima da pereza, nada ha explotado, mi perro duerme tranquilo tras una noche inquieta y yo salgo de casa en pijama y visito a mi abuela en la casa de junto. Abriré su nevera, me serviré leche y hablaré un rato con ella. Es la 1,27. La lluvia es cada vez más fina, más transparente, incomprensible. Mi abuela y yo conversamos sobre los casos de corrupción de esta España en crisis, la independencia catalana, los programas políticos de la radio. Tiene 87 años, es un pilar de la lucidez.
Estornudo, hace frío, mi pijama es de color azul.
Estoy cansada, estos últimos días he hecho muchas cosas. Abro la computadora para cargar el primer capítulo de Black Mirror. Me han hablado de él. Me interesa la manipulación mediática. Quiero verlo. No me conecto a nada pero llegan avisos todo el tiempo. Parece que llueva aquí dentro. Apago la computadora y dejo, por ahora, este texto.
Leo.
Llamo a un amigo, necesito que me ayude a revisar una propuesta de investigación que debo presentar el lunes. La jerga como único vehículo de transmisión académica me entristece. Siempre pienso que se puede hablar de modos más empáticos. Son las 2h. Salteo chiles poblanos en aceite de oliva y los gratino. Bajo el fuego, añado pimienta, espero. Me gusta cocinar. Siempre he pensado que si mi vida fuera distinta, abriría un restaurante con un único menú diario. Huelo. Guardo. No tengo hambre. Me hago una infusión. El cielo sigue azul a punto de explotar. Mi perro está más despierto. Mi amigo todavía no se levanta. Recuerdo a un jardinero con quien hablé esta mañana: me voy, me dijo, llueve demasiado. Y me preguntó si él, como yo, estará también viendo el tiempo desde su ventana.
Este cielo contenido es hermoso. Bebo la infusión. Vuelvo a Kant.
Son las 3h. Me sirvo un cuenco de arroz con rajas. Pienso que nada pica nunca suficiente. Y que picar es un verbo incompleto para el entusiasmo que nos produce comer así. Reviso el portal de Nuestra Aparente Rendición, hablo con la programadora sobre algunos aspectos técnicos. Mañana trabajo en eso. Hoy trataré de hacer una siesta. Me cuesta dormirme en las tardes pero tengo pendientes al rato y estoy cansada. Los últimos tres días he hecho muchas cosas.
3.30h. Leo la prensa, reviso internet, sale el sol. Y sí: duermo una hora, me baño, el cielo batalla de nuevo, termino de leer a Kant. Son las 6h. Conecto mi teléfono celular a unos auriculares y mientras conduzco me entrevista una periodista de Saltillo. Hablo de los narcos, de los políticos, de la guerra, de la paz. Imagino Saltillo, con el sol que cae como si fuera nieve. Pienso en los narcos, en los políticos, en la guerra, en la paz. Está por terminarse la llamada: ¿algún mensaje de esperanza?, me pregunta la periodista. Esto se va a acabar, le digo. Esto, se va a acabar. Y miro de nuevo hacia el exterior. Ya no hay sol. Diluvia. Entra otra llamada. Es una radio de Monterrey con la que hablo de los narcos, de los políticos, de la guerra, de la paz. En todos los sentidos, diluvia.
Antes de las 7h debo llegar a un centro cultural de una ciudad de provincias cercana a mi casa. Pero hablo por teléfono con Monterrey y no puedo pedir indicaciones. Estoy en directo en la radio. Me pierdo. Esta desaparición forzada con la que empieza tu libro, me dice la entrevistadora, se reproduce en otros lugares del país, ¿cierto? Esta desaparición, le digo, es el país. ¿O acaso tú te reconoces en México hoy?, le pregunto. ¿Te sientes en casa?
Definitivamente, diluvia.
Cuelgo, pregunto, manejo. Encuentro. Llego unos minutos tarde a un auditorio con unas sillas grises que parecen de hierro. Estoy en una antigua fábrica de la República hoy convertida en espacio para la recuperación de la memoria, la cultura, el diálogo. No hables ahora de la guerra, me digo. No hables ahora de la guerra. Y converso con un grupo de lectores sobre la literatura escrita en catalán y las novelas sobre la Ciudad de México y la capacidad que tiene la literatura para capturar el tiempo, manipularlo, hacer con él un espacio, quedarse quieto. Preguntan, contesto, debatimos.
En dos horas regresaré a mi casa.
Y después de saludar a mi perro, me preguntaré si mi amigo ya se habrá despertado del otro lado del mundo. Si en Saltillo sigue en el cielo el sol.
Ver también:
[Carlos Yushimito] [Carlos Wynter Melo]