Me acuerdo: Sebastián Antezana
Con el entrañable "Me acuerdo" de Joe Brainard en mente [modelo que Georges Perec y tantos otros siguieron], le pedimos al escritor boliviano Sebastián Antezana que compartiera con nosotros algunos de sus recuerdos. Esto es lo que nos envió.
Me acuerdo que cuando era muy chico me trepaba a un árbol de la guardería para chupar las flores rojas de las que estaba cargado, que para mí entonces eran la cosa más dulce del mundo.
Me acuerdo que ser niño significaba usar tirantes.
Me acuerdo que una mañana, mientras manejaba bicicleta de bajada en la plaza Abaroa, el manubrio se separó y se salió del resto de la bicicleta y me estrellé contra un niño pequeño y rubio que patinaba cerca de mío. Me acuerdo también que su papá me insultó.
Me acuerdo que cuando mi hermano y yo éramos chicos mi mamá nos leía poemas y mi papá nos leía novelas. Entonces las dos eran cosas muy parecidas.
Me acuerdo que un carnaval, jugando en la puerta de la que entonces era mi casa, lancé un globo a lo que pensaba que era una camioneta blanca y en realidad resultó ser una camioneta blanca llena de policías. Instantáneamente se bajaron, me obligaron a sacarme la camisa, a ponerme de espaldas contra la pared y me lanzaron con violencia todos los globos que me sobraban. Yo lloraba en silencio y desde entonces nunca más lancé un globo de agua.
Me acuerdo que cuando era pequeño encontraba un placer perverso en hacerle daño a niños menores que yo. Me acuerdo que pegaba y apretaba y disfrutaba todo excepto cuando el niño de turno, invariablemente, se ponía a llorar.
Me acuerdo que mi primer perro, un fox terrier blanco y café llamado Nico, murió envenenado y me rompió el corazón.
Me acuerdo que Walter cubre a Jeff Lebowski con las cenizas de Donny en una ceremonia disparatada en una montaña, y que la escena es ridícula, hermosa y triste.
Me acuerdo que en primaria un compañero me robó una chompa que había dejado olvidada en el curso, que al día siguiente la llevó puesta diciendo que era suya y que yo y mis amigos lo obligamos a devolverla a base de insultos. También Me acuerdo que nunca dejamos de llamarlo ladrón. Hasta que se cambió de curso.
Me acuerdo que antes Navidad significaba comprar un pino real y llenarlo de adornos. En una ocasión mi papá decidió comprar un pino aguja en lugar de un pino regular, como era nuestra costumbre, y cuando empezamos a decorarlo nos dimos cuenta de que las ramas escondían centenas de gusanos y orugas.
Me acuerdo que cuando era adolescente leía a escondidas, y con una mezcla de excitación y angustia, las revistas pornográficas que guardaba mi abuelo sobre el ropero de su cuarto.
Me acuerdo que una tarde, cuando estaba en secundaria, me puse mentisán bajo los ojos para que me lloraran y que la gente me preguntara qué había pasado, si estaba bien, si necesitaba algo.
Me acuerdo que cada 17 de julio mi familia almorzaba en la casa de mi abuela, pues se recuerda un año más desde que en 1980 asesinaron a mi abuelo.
Me acuerdo una cara encantadora que se me acercó hace muchos años un día que yo había perdido un arete y se ofreció a ayudarme a buscarlo. Me acuerdo que, posteriormente, esa cara encantadora aceptó que fuéramos novios, mientras veíamos La vida es bella en VHS.
Me acuerdo que la primera vez que terminé con la chica de cara encantadora, de la que estaba profundamente enamorado, el papá de un amigo me dijo que escuchara esa canción de los Kjarkas que dice: “No se acaba el mundo, cuando un amor se va, no se acaba el mundo, y no se derrumbará…”.
Me acuerdo que una vez vi a un obrero caer desde el techo de una casa de dos pisos a la calle. Cayó de cabeza e instantáneamente en el lugar se comenzó a formar un charco de sangre oscura. Nunca le vi la cara porque cayó de espaldas.
Me acuerdo que, tras separarse de mi papá, los domingos en la noche mi mamá nos hacía quesadillas a mi hermano y a mí. Comíamos en la sala de mi departamento, casi a oscuras, escuchando boleros y hablando de esas cosas que los chicos pequeños hablan con sus madres solas.
Me acuerdo que de chico leí por lo menos diez veces un librito de cómics de Rius que se titulaba La trukulenta historia del capitalismo.
Me acuerdo que en algún momento de 2003 o 2004 Bolívar le ganó 10 a 1 a Blooming. Yo había prometido que si algún día Bolívar le metía 10 goles a algún equipo me comería una patita de chancho del estadio, una cosa fría, mitad gelatinosa y mitad chiclosa, que ofrecen algunos vendedores en la curva norte. Esa tarde, al finalizar el partido, al salir a la tarde fría y gris de domingo, probé mi primer bocado de patita.
Me acuerdo ver a mi papá llorando, derrumbado en mis brazos, tras enterarse de que su padre, mi abuelo, había muerto por una insuficiencia pulmonar.
Me acuerdo que en 1978 Georges Perec publicó La vida instrucciones de uso, una de mis tres novelas favoritas de todos los tiempos. Me acuerdo también que en 1982, el año en que yo nací, Perec moría en París.
Otras entradas:
Martín Kohan
Sergio Chejfec
Margo Glantz
Me acuerdo que cuando era muy chico me trepaba a un árbol de la guardería para chupar las flores rojas de las que estaba cargado, que para mí entonces eran la cosa más dulce del mundo.
Me acuerdo que ser niño significaba usar tirantes.
Me acuerdo que una mañana, mientras manejaba bicicleta de bajada en la plaza Abaroa, el manubrio se separó y se salió del resto de la bicicleta y me estrellé contra un niño pequeño y rubio que patinaba cerca de mío. Me acuerdo también que su papá me insultó.
Me acuerdo que cuando mi hermano y yo éramos chicos mi mamá nos leía poemas y mi papá nos leía novelas. Entonces las dos eran cosas muy parecidas.
Me acuerdo que un carnaval, jugando en la puerta de la que entonces era mi casa, lancé un globo a lo que pensaba que era una camioneta blanca y en realidad resultó ser una camioneta blanca llena de policías. Instantáneamente se bajaron, me obligaron a sacarme la camisa, a ponerme de espaldas contra la pared y me lanzaron con violencia todos los globos que me sobraban. Yo lloraba en silencio y desde entonces nunca más lancé un globo de agua.
Me acuerdo que cuando era pequeño encontraba un placer perverso en hacerle daño a niños menores que yo. Me acuerdo que pegaba y apretaba y disfrutaba todo excepto cuando el niño de turno, invariablemente, se ponía a llorar.
Me acuerdo que mi primer perro, un fox terrier blanco y café llamado Nico, murió envenenado y me rompió el corazón.
Me acuerdo que Walter cubre a Jeff Lebowski con las cenizas de Donny en una ceremonia disparatada en una montaña, y que la escena es ridícula, hermosa y triste.
Me acuerdo que en primaria un compañero me robó una chompa que había dejado olvidada en el curso, que al día siguiente la llevó puesta diciendo que era suya y que yo y mis amigos lo obligamos a devolverla a base de insultos. También Me acuerdo que nunca dejamos de llamarlo ladrón. Hasta que se cambió de curso.
Me acuerdo que antes Navidad significaba comprar un pino real y llenarlo de adornos. En una ocasión mi papá decidió comprar un pino aguja en lugar de un pino regular, como era nuestra costumbre, y cuando empezamos a decorarlo nos dimos cuenta de que las ramas escondían centenas de gusanos y orugas.
Me acuerdo que cuando era adolescente leía a escondidas, y con una mezcla de excitación y angustia, las revistas pornográficas que guardaba mi abuelo sobre el ropero de su cuarto.
Me acuerdo que una tarde, cuando estaba en secundaria, me puse mentisán bajo los ojos para que me lloraran y que la gente me preguntara qué había pasado, si estaba bien, si necesitaba algo.
Me acuerdo que cada 17 de julio mi familia almorzaba en la casa de mi abuela, pues se recuerda un año más desde que en 1980 asesinaron a mi abuelo.
Me acuerdo una cara encantadora que se me acercó hace muchos años un día que yo había perdido un arete y se ofreció a ayudarme a buscarlo. Me acuerdo que, posteriormente, esa cara encantadora aceptó que fuéramos novios, mientras veíamos La vida es bella en VHS.
Me acuerdo que la primera vez que terminé con la chica de cara encantadora, de la que estaba profundamente enamorado, el papá de un amigo me dijo que escuchara esa canción de los Kjarkas que dice: “No se acaba el mundo, cuando un amor se va, no se acaba el mundo, y no se derrumbará…”.
Me acuerdo que una vez vi a un obrero caer desde el techo de una casa de dos pisos a la calle. Cayó de cabeza e instantáneamente en el lugar se comenzó a formar un charco de sangre oscura. Nunca le vi la cara porque cayó de espaldas.
Me acuerdo que, tras separarse de mi papá, los domingos en la noche mi mamá nos hacía quesadillas a mi hermano y a mí. Comíamos en la sala de mi departamento, casi a oscuras, escuchando boleros y hablando de esas cosas que los chicos pequeños hablan con sus madres solas.
Me acuerdo que de chico leí por lo menos diez veces un librito de cómics de Rius que se titulaba La trukulenta historia del capitalismo.
Me acuerdo que en algún momento de 2003 o 2004 Bolívar le ganó 10 a 1 a Blooming. Yo había prometido que si algún día Bolívar le metía 10 goles a algún equipo me comería una patita de chancho del estadio, una cosa fría, mitad gelatinosa y mitad chiclosa, que ofrecen algunos vendedores en la curva norte. Esa tarde, al finalizar el partido, al salir a la tarde fría y gris de domingo, probé mi primer bocado de patita.
Me acuerdo ver a mi papá llorando, derrumbado en mis brazos, tras enterarse de que su padre, mi abuelo, había muerto por una insuficiencia pulmonar.
Me acuerdo que en 1978 Georges Perec publicó La vida instrucciones de uso, una de mis tres novelas favoritas de todos los tiempos. Me acuerdo también que en 1982, el año en que yo nací, Perec moría en París.
Otras entradas:
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Margo Glantz