Música: El Mató a un Policía Motorizado
Volver a casa por la ruta del sol
Martín Felipe Castagnet
La madrugada del primero de enero me encontró dentro de un taxi que iba de Bariloche a Villa Catedral. Viajábamos muy apretados (éramos cinco pasajeros, cantidad ilegal) y para hacer más corto el camino de montaña terminamos hablando de literatura. Esteban Bigliardi, uno de mis compañeros de vehículo, había estado leyendo a Cheever. Comenté que justo había leído “El nadador” ese mismo día (el libro estaba sobre la mesita del living y era una vieja deuda, en tanto un buen lector siempre está en deuda); nuestra anfitriona, intrigada y con el cuello doblado, me pidió si podía contar de qué se trataba. Después de una fiesta, trago en mano, un hombre de cincuenta años decide cruzar el condado a través de las piletas de sus vecinos, etc. No me lucí, pero durante un rato nos olvidamos de que estábamos clavándonos los codos con nuestras parejas. Cuando llegamos a la hospitalidad de la cabaña, ya mis manos libres, chequeé Twitter con la wifi que sobrevivía a las montañas. El único tuit a esa hora era de Santiago Motorizado y decía:
Voy a regresar a mi casa por el camino de las piletas.
Santiago es de La Plata, mi ciudad, y desde la Patagonia helada me pareció que su casa era la mía y su regreso era también el mío. Más aún: resultó que Bigli y su novia eran buenos amigos del Chango, como le dicen los que lo quieren, y la coincidencia hizo que yo también me sintiera su amigo. Le mandamos nuestro amor por DM y, justo antes de que amaneciera, decidimos que sí, sin duda iba a ser un muy buen año.
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El tuit resuelve con elegancia lo que yo no pude hacer en el taxi: resumir la esencia del relato. Así son las letras de Él Mató a un Policía Motorizado, la banda en la que el Chango es bajista, letrista, cantante e incluso portadista: pocas frases que expresan más de lo que dicen, como un haiku urbano, ovillando el nido de una historia. La banda nació en el 2003, mucho antes que Twitter, pero es necesario recordar que Twitter no funda un estilo sino que concreta algo que ya estaba ahí y que puede rastrearse en obras anteriores y posteriores como La soledad del lector de David Markson o Mi nombre es Rufus de Juan Terranova.
Tres de los cinco discos de Él Mató conforman una trilogía del ciclo vital: nacimiento, vida y muerte. Las letras, cada vez más concisas, se alinean tanto a la contundencia de la melodía como del concepto. El primero (Navidad de reserva, 2005) se basa en la ambigüedad de la fiesta popular que todo adulto parece odiar: “te persigue la policía / el día de Navidad / es la fiesta que te prometí”, y sólo se permite agregar “miro el cielo agazapado en la oscuridad” como un perro atado a los fuegos artificiales. El segundo disco (Un millón de euros, 2006) abre con un track que consta de un único verso: “espero que vuelvas, chica rutera”. Como un mantra, los versos se resignifican gracias a una entonación creciente y a una cuidada repetición, de la misma manera que una canción crece luego de ser escuchada una y otra vez de camino al trabajo, al supermercado o a la cancha de fútbol cinco.
El concepto detrás de la trilogía permite vislumbrar préstamos y anticipos: el último track se titula ‘Lenguas de fuego en el cielo’, inaugurando el tópico apocalíptico del último álbum del ciclo (Día de los muertos, 2008). La imaginería del desastre es el escenario de un disco superior, no exento de ternura: “tu pelo rubio flota en / el viento del huracán”. En ‘Mi próximo movimiento’, el narrador (cinco versos alcanzan para conformarlo) está en el techo de su casa con un rifle, admirando la belleza impar del fin del mundo; como a Sísifo, otro maestro de la repetición significativa, debemos imaginarlo dichoso.
Hay más apropiaciones: del segundo disco proviene el título de Vienen bajando, primera antología argentina del cuento zombie, editada por el CEC durante 2011: “vienen bajando / las multitudes inquietas / con su espalda rota / en los festejos de primavera”. Lo que podría constituir la retirada adolorida de la siempre salvaje celebración del día del estudiante, en una lectura propia del tercer disco los versos se literalizan en los cuerpos quebrados de los muertos vivos, rebrotados como flores después del invierno.
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Al igual que superhéroes, todos los miembros de la banda tienen alter egos: a Santiago Motorizado se le suma Doctora Muerte (batería), Pantrö Puto (guitarra), Niño Elefante (guitarra) y Chatrán Chatrán (teclados). “Ladrillos de armonía cementados con distorsión y amistad”, se autodefinen. Algunos lo llaman rock psicodélico, otros rock espacial; yo prefiero los tags de sus discos en bandcamp: alternativo, campestre, indie rock, pop apocalíptico, kraut de las afueras, viaje, vida. Todos fueron editados por el sello Laptra, el tigre de fuego del indie platense, un colectivo artístico y club de amigos donde cada banda puede autogestionar su propio disco.
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Pasaron cuatro años hasta el nuevo y último disco, La dinastía Scorpio, con el doble de canciones que los discos de la trilogía. Por entonces me resultó extrañamente autobiográfico: “este invierno frío me hizo pensar en nosotros dos” y luego “ya no quiero viajar y viajar / esta noche quiero que duermas conmigo”. En esa época yo hibernaba en Saint-Nazaire, Francia, un puerto vacío con olor a fábrica de galletas; estaba amargado y solo, y el disco me impidió caer en la trampa fácil de la nostalgia. Por la noche me abrigaba para salir a caminar y cantaba en castellano: “mi día favorito del mes / espero que te encuentres muy bien / en tu nueva casa con él / con su risa que no se va / nuevos discos, nuevas drogas”; siempre me quedaba sin aire en la última parte que se repite hasta el infinito. Tomo esa canción como un pequeño relato donde el primer y el último verso forman un par, que resuelven la secuencia de los tres interiores (la ruptura) mediante la música (el día que uno cobra y se gasta el sueldo en la disquería). Al volver, mi ex novia me dijo: “¿te diste cuenta que en Francia nadie canta por la calle?”. Era cierto, nosotros éramos los únicos, y me sentí feliz.
Podría pasarme la noche transcribiendo canciones. Es lo que hizo Walter Lezcano: recopiló las letras de la trilogía de Él Mató y las editó en un libro muy hermoso titulado La ruta del sol. La transcripción fiel incluye las repeticiones, propias de la oralidad de la música, pero que no pertenecen a la sobriedad del papel (¿habrá que repetir los versos de un haiku si se lo canta? seguramente). En la entrevista inédita que cierra el libro, el Chango dice: “A mí me conmueven cosas que no tienen mucho sentido”. Quizás así, como hizo con Cheever la noche de año nuevo, en pocas palabras haya resumido la esencia de su banda.