Música: Los Jaivas


En mi pecho la llama de la liberación
Por Francisco Díaz Klaassen


A mi hermano se le había metido en la cabeza que quería un pato después de ver varios saltando en un cajón hediondo de la feria. Ese verano no salió el sol, llovió treinta y cinco días de corrido. Mis viejos llevaban dos años separados pero seguían mandándonos a Valdivia cuando se acababa el colegio. A veces nos volvíamos en tren, pero lo normal era que viajáramos de vuelta con mi viejo escuchando a Los Jaivas, su grupo favorito. O a los The High & Bass, como nos repetía para que no se perdiera el chiste. Ayer caché, cantaba mi viejo, y nos miraba de reojo con una sonrisa torva que nunca supimos corresponder. Nos gustaban Los Jaivas, a mi hermano y a mí, sobre todo esa canción instrumental en la que aparecían de repente unos violines y que nos recordaba a la música de los Invid de la tercera generación de Robotech.



Mi abuela al principio se negó, dijo que si comprábamos un bicho terminaría cuidándolo ella. Mi hermano la amenazó con no hablarle más. Y yo tampoco te hablo más, vieja fea, agregué yo. Así que la vieja, que en realidad era bastante linda, accedió y compramos el bendito pato. Un pato chico y amarillo que vino en una caja de zapatos con hoyos y que corría para todos lados persiguiéndonos y moviendo sus casi inexistentes alas sin decir ni pío. Lo dejamos libre en la casa, felices de encontrárnoslo de repente, o de escuchar a la nana gritar porque había estado a punto de pisarlo, hasta que mi abuelo nos obligó a sacarlo porque había ido dejando la alfombra llena de regueros blancuzcos y cenicientos. En la noche lo metíamos en su caja, que cada día olía peor, y lo entrábamos a la cocina para que no se muriera de frío.

Un día olvidamos entrar al pato y se quedó toda la noche a la intemperie. En la mañana estaba tieso. Lo metimos al horno para ver si reaccionaba pero no pasó nada. Mi hermano dijo que lo iba a resucitar y empezó a masajearle el pecho con los dedos índice y cordial de su mano derecha. Yo veía cómo el pico del pato empezaba a llenarse de mocos y luego cómo se hundía irremediablemente su pecho. Enterramos sus cenizas debajo del membrillo, después de haberlo incinerado con una de las lupas de mi abuelo.



Ese mismo fin de semana, con el verano a punto de acabarse, llegó de improviso mi viejo a visitarnos. El sábado cruzamos el puente a la Isla Teja, y fuimos a una kermesse en el Colegio Alemán. Estaban tocando Los Jaivas y mi viejo les compraba piscolas a las niñas rubias del otro lado del río, que se iban sonrosando según se acercaba la noche. Tocaron tres veces Mira niñita. Mi hermano se quedó dormido debajo de una de las mesas, lo tapamos con el mantel de plástico y lo dejamos dormir todo el concierto.