Intercambio: Maldonado vs. Bisama
Entre junio y julio del 2013, el escritor mexicano Tryno Maldonado y el escritor chileno Álvaro Bisama se enviaron algunos correos. Hablaron, entre otras cosas, sobre el internet y las nuevas (y viejas) formas de leer, los músicos a los que mandarían al paredón sin dudarlo un segundo y de qué maneras puede hablar la literatura sobre la violencia.
Publicamos a continuación ese intercambio.
Fotos de los autores: Carla McKay
De: Tryno Maldonado
Enviado: 10 de junio de 2013, 18:27
Para: Álvaro Bisama
Asunto: Oaxaca
Gran Álvaro,
¿Cómo va todo por allá? Espero que Carla y tú se hallen de maravilla. Aquí en Oaxaca ya los extrañamos. Los amigos les mandan saludos. Sin embargo, las fiestas con bandas de heavy-metal en vivo y mezcal –como aquella última, puf– no son lo mismo sin ustedes. Por favor agradécele a Carla la foto que me tomó el día que partieron. Quedó muy bien para el artículo de Gatopardo con Julieta Venegas en que estuve trabajando en esos días. Gracias. ¿Finalmente consiguieron entradas para Nick Cave? ¿Qué tal?
Perdona que me reporte hasta ahora. Soy un corresponsal podrido. Hace al menos cuatro años vivo sin conexión a Internet en mi casa. De lo contrario, no escribiría jamás una sola línea. Admiro a muerte a la gente capaz de tener conexión en su lugar de trabajo y no perecer en el intento. Yo, en cambio, suelo hacerme trampa. Me premio cada párrafo de prosa consecutiva con una visita “rápida” de al menos una hora a los portales de noticias que, misteriosamente, terminan en Facebook y, un poco más tarde y sin variedad, en YouPorn.com. Así que paso. Sé que, por ejemplo, Jonathan Franzen le pidió alguna vez a un amigo que deshabilitara el módem de la computadora en la que escribe para no distraerse. Yo no soy tan hipster: me bastó dejar de pagar las cuentas del cable. Ellos se encargaron del resto con unas pinzas enormes al mes siguiente. Alguien me ha regalado, sin embargo, un iPhone con conexión y estoy temiendo que mi buena racha de escritura (sobre todo ahora que estoy comenzando novela nueva) se vaya a la mierda. Quizá lo venda o lo regale. Soy un adicto. Facebook y Twitter son agua rancia desde que los escritores pesados los usan para “hacer literatura”; pero reconozco que no podría vivir ya sin Instagram: la del iPhone es la primera cámara fotográfica que he tenido en mi vida y soy incapaz de soltarla. Es de los pocos espacios libres que quedan en internet antes de que los escritores vengan a reclamarlo también como un bastión literario. (A propósito: te adjunto la foto de una pieza satánica que hizo mi amigo Efraín y que subí ayer durante una fiesta con mi banda de noise-metal; además otro retrato tuyo que he titulado “Bisama VS la tlayuda oaxaqueña”).
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Te escribo por varios motivos que requieren algo más que los 140 caracteres habituales. El primero de ellos tiene que ver con la música. Mientras te cuento esto, he estado padeciendo una especie de lapidación pública y tumultuaria. Me llueven mails, tuits y comentarios en Facebook con insultos y amenazas. ¿La razón? Te vas a cagar de risa. Ni siquiera tuvo que ver con política esta vez, como cuando me censuraron un cuento por comparar al ex presidente de México con cierto tipo de cucaracha. Nada de eso. En mi más reciente columna me metí con algo que en México parece ser extrañamente más sagrado aun que la abnegada figura materna y la Virgen de Guadalupe: los Beatles.
Luego de releer Alta fidelidad de Nick Hornby, me pareció buena idea publicar mi propia lista de “Cinco bandas que deberían ser eliminadas de la faz de la tierra”. Juro que quise ser auto-crítico: la inclusión de Metallica por el patético asunto de Ulrich contra Napster deja prueba dura de ello. No obstante, meterse con los Beatles en este país me valió el linchamiento; lo cual sólo afianza los prejuicios que tengo sobre la que considero la banda más sobrevaluada de todos los tiempos (por no hablar de lo infumable de muchos de sus fans). Planeo realizar una nueva entrega –una suerte de addenda— en un futuro texto, y quisiera preguntarte cuáles serían tus cinco bandas a eliminar del planeta. (No te pregunto por los cinco escritores que eliminarías de la faz de la tierra para no meterte también a ti en problemas. Aunque los intuyo, y si te animas a rankearlos prometo rankear en el siguiente mail a los cinco míos.)
Recuérdame por favor el título del documental sobre Los Reynolds. Un amigo, Carlos Velásquez, tiene un cuento que habla de una banda de rock cuyo baterista tiene síndrome de Down. Estoy seguro que Los Reynolds fueron su referencia para ese relato, pero he olvidado el título del documental cuando quise contárselo. ¿Me pasas la info?
A propósito, revisé un documental sobre heavy-metal: A headbanger’s journey. La idea es tan estúpida como divertida. Un metalero canadiense formado en antropología intenta realizar un “estudio serio” sobre el árbol genealógico del metal. Sobra decir que todo termina en desmadre y una tremenda orgía en el Wacken Festival de Alemania. Es como graduarse en un doctorado en heavy metal impartido por Jack Black. El documentalista atribuye el origen del metal a Black Sabbath. Yo discrepo. Siempre he creído que todos los elementos del heavy metal ya estaban presentes en algunas canciones del primer disco de Led Zeppelin. Incluido el satanismo. Sin embargo, lo que quería contarte, es la sorpresa que me llevé en la parte en que le toca hablar al metalero chileno más conocido, Tom Araya, en el capítulo dedicado al satanismo. Las respuestas de Araya (vi a Slayer en vivo el año pasado aquí en México) me desconciertan: al ser cuestionado sobre el contenido satánico en sus letras, Araya recula, visiblemente contrito: “Escribí God hates us all porque la frase sonaba poca madre, no por que lo crea realmente. De hecho soy católico practicante”. ¡Qué tal! Eso y la escena que me contaste en que un amigo tuyo se topó por accidente con Tom Araya bailando salsa en una fiesta familiar en Chile han terminado con la imagen que tenía de él. Muy parecido a encontrarse por accidente a uno de tus tíos favoritos masturbándose en el baño. Deberías escribir algún día sobre la historia de Araya y su lado católico y salsero. Tu texto en el libro sobre la historia del heavy metal chileno de Patricio Jara sobre Dorso, para no ir más lejos, es magnífico. Recuérdame los nombres reales de las bandas chilenas que aparecen en tu novela Ruido. Tengo muchas ganas de escucharlas. Voy a bajar también algo de Dorso. Pásame algún link por aquí. (Ya le eché un oído a los que me recomendaste antes, Mostro, y no tienen pierde.)
Hablando de metal y satanismo, me quedé pensando en algo de lo que hemos hablado mucho. ¿A qué te referías exactamente aquella vez que dijiste que lo que le hacía falta a la literatura chilena era satanismo? Creo poder adivinarlo. Pero si yo lo dijera abiertamente respecto a la literatura que se hace hoy en día en México sería lapidado casi tan escandalosamente como ahora, que acabo de escribir que los Beatles fueron la primera boy band de la historia.
Abrazos a ti y a Carla,
Tryno.
PD.: Mucha gente me pregunta sobre nuestra banda. Deberíamos ensayar pronto. Rodrigo Hasbún ha estado componiendo nuevo material y sugiere que nos reunamos ya. Desde aquella vez en Santiago no hemos vuelto a tocar. Una disquera independiente que oyó no sé cómo nuestro primer demo se ha mostrado muy interesada. (Les cuento con más detalle por Twitter a ti y a Hasbún.) Con la venta de mi nuevo libro he comprado una guitarra PRS. No es original. Es una réplica coreana, pero está en buen estado y la conseguí por buen precio. Tenemos todo listo. Sólo necesitamos estrenarla. Tú pon la fecha. (Aquí va la foto que nos tomaron en Santiago después de nuestra último concierto.)
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De: Álvaro Bisama
Enviado: 13 de junio de 2013, 19:01
Para: Tryno Maldonado
Asunto: Re: Oaxaca
Hey, querido. Acá todo bien. Carla te manda saludos y sí, mientras estabas con Julieta Venegas, nosotros fuimos a Nick Cave. Conseguimos pases de prensa y Carla le hizo fotos desde el foso y me contó que le hizo “¡Chao!” con la mano antes de que un roadie la echara al final de la primera canción. Cave, por supuesto, lucía como Cave y fue raro por primera vez en vivo después de tantos años. Alguna de mis impresiones quedaron anotadas acá y, en cierto modo, fue una especie de retorno a casa o la primera juventud (nunca terminamos de ser jóvenes, parece) con la diferencia de que lo estaba viendo en La Condesa, lejos de los paisajes ruinosos -o que yo quería ver ruinosos, mejor dicho- donde lo escuché por primera vez. Carla subió sus fotos a Facebook, hay un par de que están buenísimas. Aquello, la verdad fue una despedida simbólica del DF y los amigos en Santiago nos odiaron porque cuando Cave vino por acá, el 97 o 98, lo pusieron en festival al lado de Cypress Hill y el público lo insultó.
Pero me desvío. Me quedé pensando en lo que dijiste de Instagram. Yo no creo que se trate de fotos. Sí, son fotos, pero en realidad son otra cosa. Instagram -como alguna vez fueron los blogs o los tumblr- es una especie de diario, un sistema de registro un modo de anotar. Hay días en que creo que la internet nos ha devuelto al siglo XIX, a la vuelta de las memorias, de los libros de viajes, de los diarios, a una literatura del yo que reemplaza a la ficción. Instagram es la última versión de aquello, un modo de llevar un diario sin escribir, un alfabeto de imágenes más o menos abierto que se compone de filtros como signos. Para mí lo más interesante es la idea de la no-foto: la idea de que no captas un momento memorable sino que un momento cualquiera, como si vigilaras tus propios pasos una y otra vez. O sea, entras por lo vintage y te estrellas de un viaje con lo cotidiano. Por otro lado, está la levedad de la cámara: el teléfono que se vuelve otra cosa, una especie de lápiz fantasma, una libreta de notas. Puedes comprender a alguien por sus filtros, por el encuadre, por lo que deja ahí, que son capaz de pieles de las que se desprende en público. Yo fotografío la tele, por ejemplo, hago pantallazos de pantallazos y me gusta ese aire sucio, desenfocado de las luces que no son luces, como de youtube en baja definición.
Sobre Los Reynols. Dile a tu amigo que el video está acá. Espero que le guste. El mito dice que los Sonic Youth son fanáticos de estos tipos. A mí me parece maravillosos y perturbadores. Leila Guerriero tiene, en Frutos extraños, una crónica llamada “Rock down” sobre ellos. Por mi lado, no puede despegarme del momento en que alguien me habló Miguel Tomasín y su banda: me topé con un músico de posrock de Valparaíso (Valparaíso estaba lleno de posrock cuando vivíamos ahí con Carla) arriba de una micro y me habló de Los Reynols, de esta banda donde el baterista/vocalista tenía Síndrome de Down. El músico posrock iba acompañado de su mamá y llevaban unos sacos de verduras. Yo venía de Santiago, bastante agotado e iba de pie y el músico posrock me hablaba de estos tipos. Su mamá miraba, como si estuviera acostumbrada, como si eso fuera de todos los días.
Gracias por las imágenes. A veces, sueño con la tlayuda, esa mexican pizza. Dale un abrazo a Efraín: el satanismo la lleva. Acá es cosas de todos los días. Hasta las sectas new age hacen sacrificios: hace un par de meses se descubrió que unos idiotas quemaron un bebé de dos días porque el líder les dijo que era el Anticristo. El tipo terminó ahorcándose en el Cuzco y antes, castigaba a los miembros de su secta pegándoles cincuenta veces con un palo, mientras ellos guardaban silencio. Por mi lado, sirve para la literatura: yo mismo terminé una novela medio black metal que ahora está en reposo, fermentando.
Sobre el odio parido de la comunidad por tus gustos, se entiende. Estoy de acuerdo con tu lista de bandas. Lo de Metallica me parece una inclusión correcta, lo mismo que Radiohead. Luego del “OK Computer” se volvieron artísticos y profundos y nos dejaron -y nadie los juzga por eso, nadie se los enrostra- a cosas como Coldplay, que recuerdo que fue una de las razones por las que Dublinesca, de Vila Matas, me pareció impostada y forzada, una caricatura de sus propios trucos. Sobre Los Beatles, yo creo que han terminado siendo como una especie de sonido de fondo que creo que va a durar hasta que se acabe el mundo pero donde antes había algo parecido a la luz, ahora hay tedio y música para ascensores. Los amigos argentinos, que algo saben de esto, se han curado de la beatlemanía a golpes de Rolling Stones y, la verdad, les encuentro toda la razón. El otro día estuve escuchando “Street Fighting Man” toda la mañana y me pareció esencial y perfecta en su alegato revolucionario. Yo agregaría más: colocaría a Maná, Manu Chao y Depeche Mode. Sobre Maná, no hay mucho que decir, son la vara con la que los grupos de pubs de toda América Latina se miden, es lo que sueñan ser, la pesadilla mojada que los desvela. Lo mismo Manu Chao, que es otro redentor del turismo miseria latinoamericano. Sobre Depeche Mode, es más complejo, los escuché demasiado y me terminaron por patear. Ahora me suenan revenidos, como una parodia de sí mismos, un pop vacío cuya angustia es solo una ilusión, cuyo anuncio de una utopía mecánica llena de altavoces es solo el decorado para una pista de baile que quiere lucir más profunda de lo que es.
Vi el documental que me dices. Me lo pasó Pato Jara, es buenísimo. Tom Araya es un ídolo. Con Carla vimos a Slayer hace un par de años y fue notable. Carla ya los había visto antes un par de veces. La escena me la contó el Macha, el vocalista de La Floripondio y Chico Trujillo y alguien se la había contado a él y refleja uno de los mitos urbanos de Valparaíso y sus alrededores, que te podías topar con Tom Araya en la calle porque tenía parientes en Chile. De hecho, cuando tocaron en Viña del Mar hace un par de años, el municipio les hizo un reconocimiento -declaró a Tom Araya hijo ilustre de la ciudad- lo que era demente, porque a la alcaldesa pinochetista le gusta la autopublicidad.
Las bandas y los youtubes te los coloco más abajo: van Villalemana Rok!, La Floripondio, Sonora de Llegar y Belial. Ruido juega con ellos, los mezcla y los cita de lado, de taquito. Sobre si a la literatura chilena le falta satanismo, creo que sí. Le falta satanismo y muchas cosas más. Más lecturas, por ejemplo. Tengo claras algunas: le falta el deslinde de los maestros tutelares, el abandono de la escritura de cuentitos como artefactos de relojería, salirse de la idea de la literatura como una carrera para ascender socialmente o algo parecido. Pero no sé si sea un problema solo de la literatura chilena actual. De hecho, leyendo Teoría de las catástrofes pensaba en esa articulación política de la ficción que extraño en los libros chilenos que leo: hacerse cargo del relato de un presente, de leerlo de modo directo, con el riesgo de fallar. Siempre me acuerdo de lo que decías de la novela del narco, que te parecía moralmente cuestionable hacer una porque era pura exploitaition de Zacatecas, donde creciste y que preferías hablar de Oaxaca, donde vives ahora.
No sé. He pensado en eso porque he estado medio obsesionado con Neruda estos últimos meses -tomando notas para algo que quizás no escriba porque escribí la novela black metal- y pensaba en la hipertrofia de Neruda, que se murió hace cuarenta años como estrella pop. Leía del Neruda de los años 30 a los 50 y pensaba en que era algo, salvando las distancias, parecido a una megaestrella, una huevada total, un personaje -a lo Michael Jackson, a lo Bono- capaz de contener el mundo. Pensaba en esas casas donde caben todos los escombros y rarezas del universo, esas memorias que son las del siglo donde dice, por ejemplo, que Stalin lo conocía, sabía de su nombre. Pero por otro, miraba viejas imágenes de su funeral, a días del golpe militar y me parecían tristísimas, todo gris, una procesión de gente asustada abriéndose paso en la ciudad, llorando casi a solas, levantando la mano agotadas de tanta violencia, custodiadas por militares que están en el fuera de campo de la toma.
Eso. Me despido por ahora. Carla te manda besos: está feliz que usaras su foto en Gatopardo. Oaxaca rulez!. Saludos a Efra y a Guille. Quedo pendiente de tu respuesta.
Pd: lo de banda no es tan descaminado. Recuerda que Sinatra grabó con Bono por teléfono. Skypenoise, o algo así, me gusta la idea. A ver qué dice Hasbún. Por mi lado, me compré una polera de una peli de horror de Mario Bava que saldría de la puta madre en la foto.
De: Tryno Maldonado
Enviado: 19 de junio de 2013, 18:33
Para: Álvaro Bisama
Asunto: Oaxaca 2
Gran Álvaro.
Qué bueno tener noticias tuyas. Me alegra que la Carla y tú hayan disfrutado la estancia en México. Buen texto sobre Nick Cave (aunque aquí debo confesar que nunca he sido muy devoto suyo).
Gracias por los links de las bandas. ¡Qué grandes son los de Floripondio! Me declaro su fan desde ahora. Y la letra de “Si es necesario matar al presidente” (¡enorme!) la aplicaría con un gusto tremendo en este momento a este país.
Estuve desconectado un poco. Tuve de visita a unos amigos en Oaxaca: Hello Seahorse, una banda mexicana. Vinieron a tocar y estuvimos paseando y bebiendo algunos mezcales durante unos días, para no perder la costumbre. Aquí te paso un video de ellos en vivo para que los conozcas.
No vas a creer lo que ocurrió esta semana. Tiene que ver con tu Estrellas muertas y la influencia que ha despertado en ciertas personas. Va como sigue. Trataré de explicarlo, aun a riesgo de que suene a ficción. Juro que cada palabra es verdad.
Sabes –lo he dicho al menos cien veces en Twitter— que me muero de envidia por los títulos de tus libros. Ya quisiera yo tener al menos un Death metal, un Ruido o un Estrellas muertas en mi ficha bibliográfica (sólo por eso mi siguiente libro se llamará Metales pesados). Bueno, más allá de eso, desde luego, soy gran fan de tus novelas; no sólo de los títulos. Y lo siguiente tiene que ver con eso.
A propósito de la correspondencia de estos últimos días me entraron ganas de volver a leer Estrellas muertas para preguntarte algunas cosas por las que siempre he sentido curiosidad (como si la Javiera está medianamente basada en Camila Vallejo o si de verdad el jarabe para la tos produce los efectos devastadores que describe tu narrador: la última vez que lo usé me puse uno de los peores viajes de mi vida; comencé a ver y a escuchar gente muerta fuera de mi casa hablando de mí). En fin. Estuve buscándola toda la semana, sin éxito. Suelo regalar mis libros. Jamás he sido acumulador ni especial amante de los libros como objeto. En todo caso preferiría coleccionar guitarras (si tuviera un sueldo de senador o de diputado, claro). Sin embargo, cuando se trata de ejemplares firmados por mis amigos, acostumbro ser bastante celoso. Jamás los presto ni dejo que les pongan las manos encima los curiosos. Y ahí me tienes, buscando mi Estrellas muertas que me traje de Santiago. Pero nada. Llamé a los amigos, a los chavos de un taller al que solía ir a pasar las mañanas de los sábados simulando frente a los alumnos que sé quién coño es Imre Kertész, Peter Handke y Danilo Kis (a este último lo suelo confundir invariablemente con Gene Simons creyendo que es un integrante más de Kiss) e incluso a mi casera. Pero de Estrellas muertas ni rastro. Tal vez hayas visto que coloqué un estatus en mi Facebook reportando la desaparición del libro. Tuve la esperanza candorosa de que el ladrón o la ladrona de mi Estrellas muertas sufriera un repentino acto de contrición al verse denunciado públicamente en Facebook. Desafortunadamente nada ocurrió tampoco. Ya derrotado, estaba hoy por la mañana dispuesto a confesarte que lo había extraviado (además de corresponsal podrido iba a resultar un amigo podrido que pierde los libros que sus amigos le firman), cuando alguien vino a tocar a la puerta del departamento. No tengo timbre en mi casa. Nada odio más que me importunen cuando estoy trabajando. Pero ahí estaba: alguien dándole a la puerta y a los timbres de los departamentos de a lado durante casi media hora. No tuve más remedio que salir a abrir. ¡Casi me cago cuando vi allí, en la puerta, mi ejemplar de Estrellas muertas! En la tapa un post-it que decía “Gracias por el préstamo.”. Miré en ambas direcciones del callejón. Estaba desierto. No había señales de quién había devuelto el libro extraviado. Excepto una: cuando quise abrir mi ejemplar para constatar que, en efecto, fuera el mío y no otro –es decir, con tu firma--, no pude. Las páginas estaban todas almidonadas, pegadas unas con otras por una sustancia rosada. Olía mucho a cerezas. Alguien –quienquiera que se haya robado y devuelto mi Estrellas muertas— le había derramado al menos media botella de un jarabe para la tos encima. ¡Hay que ver!
No tenía idea de que Tom Araya hubiera sido nombrado hijo predilecto de Viña de Mar a manos de una alcaldesa pinochetista. Sin embargo, salvando las proporciones, preferiría mil veces que eso ocurriera en México y no lo que en realidad sucede: hace una semana la alcaldesa de Monterrey le entregó las llaves de la ciudad… a Dios. Así. Como se oye. Por supuesto la cosa se volvió un escandalito nacional para tapar los verdaderos problemas del país y que la izquierda institucional tuviera chance de darse golpes de pecho. Lo que necesita esta gente, creo, es, en efecto, satanismo. A veces pienso, volviendo al tema, si el verdadero compromiso de los escritores de México no debería ser en realidad el mismo que movió al black-metal escandinavo: prenderles fuego –literalmente-- a todas las iglesias. Vamos, si los escandinavos son los padres del Estado de Bienestar y nuestras “democracias” tratan de emularlos para aparentar ser más “civilizados”, ¿por qué no vamos a implementar también estas bonitas prácticas suecas?
Respecto a la literatura del narco, sigo opinando lo que alguna vez te dije: me parece que la única obra maestra que ha dado la denominada “narco-literatura” tan de moda en México es “Niño sicario”, la canción de la banda Calibre 50. Sospecho que ésos, las bandas norteñas a sueldo de los capos para contar sus hazañas a riesgo de ser acribillados, son mil veces más honestos y tienen más fuerza que cualquier novelista de este país (ojo, eso de por sí tampoco implica un elogio). Todo lo otro, lo que te digan los que hacen “narco-literatura” (en especial aquellos que hacen “narco-novelas” mientras esperan su soya-latte venti en algún Starbucks de la colonia Condesa) es pura payasada: ahora resulta que todo mundo tiene un ex compañero de escuela que se volvió sicario, algún informante que desertó a algún cártel y ha buscado al autor para que relate su historia… O hasta una abuelita en Tamaulipas que trafica cocaína y disuelve a sus víctimas en ácido.
Se decía que serían los años de la literatura del narco en México. Estoy seguro que aquella predicción la hizo un crítico literario: siempre yerran. (Lo mejor que uno puede hacer por el bien de la literatura nacional es escupirle a los críticos literarios en un ojo.) Yo soy de Zacatecas, como sabes, uno de los estados recientemente asolados por la violencia de los cárteles. Lo más fácil del mundo para mí sería rasgarme las vestiduras y contar cómo dos cárteles se están peleando mi estado (tres si contamos que el PRI, el partido que ejerció lo que Vargas Llosa llamó la “dictadura perfecta” durante más de setenta años, ha regresado al poder) y cómo mis amigos y mi familia han ido desapareciendo o han sido violentados directa o indirectamente por este conflicto. Me pregunto por qué voy a aportar mi trabajo para trivializar este tipo violencia y volverla parte del paisaje cotidiano o qué tan honesto sería utilizarla como una carta a mi favor para ser compensado con algún tipo de “acción afirmativa” de las editoriales foráneas. Me parecería un acto inmoral y oportunista hacerlo, como hace tanta gente con libros escritos al vapor para aprovechar la coyuntura. Me parecía mil veces honesto y más urgente, en cambio, hablar en mi novela Teoría de las catástrofes, como dices, sobre la violencia de Estado que ejerció el PRI contra el magisterio y la sociedad civil en 2006 aquí en Oaxaca (desapariciones, persecuciones, presos políticos, torturas, escuadrones paramilitares, asesinatos…). Pretendí hacer una novela-monstruo. Me gustan especialmente las novelas en las que los grandes novelistas se arriesgan y fracasan. Las prefiero sobre las cajitas chinas perfectas que generalmente no me mueven y muy poco me dicen. Así que quise correr el riesgo esta vez. Moby Dick, una de mis novelas favoritas, fue considerada durante muchísimo tiempo como una “novela fallida”. Ojalá tuviéramos hoy en día más novelas-cachalote fallidas y menos novelitas perfectas.
Y, bueno, volviendo al tema, es curioso cómo en México de pronto resulta que casi todos los escritores tienen una abuelita o un primo sicario en Monclova, Tamaulipas o Ciudad Juárez. En el norte o en la frontera con EEUU. Me dan mucha risa los estudios, libros y ensayos aparecidos en revistas literarias que hablan de la así llamada “literatura del norte”, generalmente emparentada con esta “literatura del narco”. Me da risa además porque, siendo yo más norteño que varios de esos autores (basta ver el mapa de México para darse cuenta de que Zacatecas está 1,000 kilómetros al norte de la colonia Condesa), jamás aluden ni por asomo a mis libros. Supongo que no tengo suficientes AK-47s ni suficientes kilos de cocaína entre mis páginas. Te lo digo sinceramente: es un alivio no recibir el lastre de una etiqueta tan sospechosa. Al respecto, suelo pensar en una cosa: de entre las novelas de la Generación Perdida que vivió la época de la prohibición en EEUU, ¿cuántas sobre tráfico ilegal de alcohol y matanzas entre gángsteres nos quedan? Salvo referencias en El gran Gatsby, me parece que ninguna.
Sin embargo, no quiero que me malinterpretes. Es necesario hablar de esta violencia que hace tiempo está sangrando a México. Y seré la primera persona en festejarlo el día que algún cabrón venga a entregar una novela rompedora sobre el tema. Ocurre que la condena moral de toda clase de violencia suele borrar las huellas que nos hacen diferenciar el origen de cada tipo específico de violencia. Ya sea violencia de Estado contra los ciudadanos, violencia propiciada por el narco, violencia en una revuelta civil, etcétera. Nos es inevitable juzgarla primero a través del tamiz moral que iguala todas a un mismo rasero. Dice Hannah Arendt que ha habido una especie de desplazamiento de la violencia en la modernidad: del ámbito privado al ámbito público que tiene que ver con lo estatal. Para ella, es necesario restaurar una tradición del pensamiento que permita concebir las relaciones de poder fuera de las categorías que tienen que ver con la dominación. Sólo así, parece sugerir Arendt, será posible instaurar una crítica política de la violencia. La violencia, en efecto, se ha desplazado del ámbito privado al ámbito público-estatal con fines extrínsecos a ella misma, de modo que el ámbito de lo público se ha ido permeando de esa misma violencia y ocasiona que nos hagamos la consecuente pregunta de si, por haber vuelto omnipresente la violencia en nuestro entorno público, en México, la política, por ejemplo, nos es realmente útil y para qué. ¿No debería servir para lo contrario? ¿Acaso política y violencia no deberían ser antónimos, opuestos? Al parecer en el México de la guerra contra el narco, no ocurre así. Allá y aquí política y violencia parecen ser un binomio inseparable. Lo hemos visto hasta el cansancio. Y la literatura, de paso, se ha embarrado de esa mierda.
Pero, mientras tanto, aquí va el video de “Niño sicario”:
Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices de Instagram. Justo lo veo así. Hace unos diez años la gente creía que los blogs y la publicación en internet cambiarían la literatura. Siempre fui escéptico. Vamos: seguimos haciendo que nuestros personajes hablen entre dos rayas largas justo como hacía Flaubert. ¿No habrán llenado los modernistas, como dice un amigo, páginas enteras de odas a la máquina de vapor tanto como hacen hoy los defensores de la twit-literatura con su fascinación por las “redes sociales”? Prefiero lo otro. La escritura o la extensión del texto en Instagram. Justamente hace unos meses hice algo así con Mario Bellatin. Para la presentación de su Libro uruguayo de los muertos utilicé una serie de fotos mías de Instagram. Aquí te anexo algunas. Mario da en su novela 23 preceptos para usar una cámara de plástico (tiene la creencia de que el libro tradicional no es plataforma suficiente para contener su texto y suele expandirlo de mil formas); así que no hice más que seguir dichos preceptos y aplicarlos a las imágenes de mi presentación. Parece que Mario quedó contento con el resultado. Aquí te los transcribo. Verás que algunos coinciden con tu propia manera de tomar fotos en tu cuenta de Instagram:
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1. No tomar con esta cámara fotos por gusto.
2. Buscar que la luz ilumine francamente los objetos.
3. Procurar que siempre haya rojos y azules intensos en el cuadro.
4. Tratar de entender los engargolamientos de la luz.
5. Sólo se deben sacar paisajes abstractos cuando se fotografía el cielo.
6. Buscar en los paisajes cercanos principalmente la presencia de marcados puntos de referencia.
7. No forzar las instrucciones que vienen en la cámara.
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8. Saber que un poco nublado –o la no presencia obvia y plena del sol— es ya nublado.
9. Nunca improvisar una foto. Recordar siempre que la sorpresa debe ocurrir no en la realidad sino frente a la copia revelada.
10. Crear cuanto antes líneas de trabajo temático. Aunque sea dos.
11. La primera de estas líneas puede tener como referente aquellas imágenes en las que aparece Perezvón dentro de los paisajes desvaídos más allá del tiempo; y la segunda con algo que tenga que ver con retratos.
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12. También se puede continuar fotografiando las secuencias “on the road” pero teniendo siempre a Perezvón o al Chevy negro como referencia.
13. Otra línea más puede tener que ver con la toma de fotos “kitsch”, que deben ser impresas en papel brillante. Una búsqueda propia de lo popular. Sin olvidar nunca el rojo ni el azul.
14. No cambiar nunca el formato. Las fotos siempre serán cuadradas.
15. Tratar de tirarse al suelo para aprovechar el piso.
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16. Crear las figuras a partir de la distorsión.
17. Fotografiar la mayor cantidad de vitrinas y maquetas posible.
18. Los contenidos –si no poseen esa línea de flotación que suele producirse cuando el fotógrafo se tira al suelo— deben estar saturados de objetos. Esta cámara entristece si no hay nada vivo o luminoso que captar.
19. La media distancia puede o no funcionar. Hay que colocarse en un punto menos que la media distancia y después recurrir a las distancias extremas, tanto para adelante como para atrás.
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20. No importa nunca el ASA del rollo. Tampoco la calidad, fecha de caducidad o estado de las películas.
21. Se deberá llevar siempre consigo una bolsa negra para manipular los rollos.
22. Buscar la foto dentro de la cámara. Si es posible, se recomienda caminar llevando la cámara delante de los ojos.
23. Repito. No tomar ninguna foto neutra o anecdótica.
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Un abrazo grande y quedo a la espera de tu mail,
Tryno.
PD: varios amigos músicos han realizado proyectos de bandas como tú dices, vía Skype. Hagámoslo. Y ya si Alfaguara nos paga la gira a los HBM Project (Hasbún-Bisama-Maldonado), ¡bienvenida!
De: Álvaro Bisama
Enviado: 9 de julio de 2013, 14:43
Para: Tryno Maldonado
Asunto: Re: Oaxaca 2
Tryno querido, comienzo a contestarte tarde porque han sido días intensos: cierre de semestre en la universidad y este perfil que le hice a Marcelo Mellado y un texto sobre el que te comentaré después sobre la dictadura chilena, para el libro que está editando un amigo. Gracias por lo de Hello Seahorse!. Están buenísimos. Te copio de vuelta a unos de acá, Protistas, que con Carla nos gustan mucho y que vimos en el último Lollapalooza en un show secreto y perfecto. Ah, qué bueno que escuches a La Floripondio y sobre todo ese tema. Hace dos años, cuando empezaron las marchas de estudiantes y el gobierno se volvió loco reprimiéndolas yo pensé en esa canción que me pareció la banda sonora respecto a lo que estaba pasando. Por supuesto, me parecía raro: se trataba de una canción que casi 15 años después volvía a sonar en mi cabeza, como si el discurso delirante del cantante fuera una especie de acceso a una especie de inconsciente nacional, a un basurero de los deseos, a una postal del ánimo del país. Nunca pensé eso cuando la escuché por primera vez, aunque es curioso cómo las canciones van y vienen, o cómo vuelven. Bono lo dijo una vez sobre Sinatra: “sus canciones son su casa”. Bono es un idiota pero hablaba de Sinatra, que es alguien que le sube el nivel a lo que toca o roza. Pero la frase es buena. Las canciones son una especie de casa o una habitación por lo menos. Entiendo tu reflexión sobre la novela del narco, me parece lúcida. Calibre 50 rulez!. De hecho, pensaba en cómo escribir de la dictadura ahora mismo: un amigo me pidió un texto para una antología donde tipos de nuestra edad escriben sus recuerdos de la dictadura de Pinochet. La verdad es que como no sabía cómo armarlo, lo escribí a mano: notas en un cuaderno, notas dispersas, fragmentos de memoria que bien pueden ser falsos. Mientras lo hacía, me di cuenta de que no quería ser lineal, de que no quería hablar directamente, de que prefería perderme en las digresiones. Me di cuenta de que estaba escribiendo sobre el sentido del tiempo, en vez de referirme a un relato particular, a algo que pareciese un cuento. Te lo mando cuando lo termine. El libro sale, por supuesto, para septiembre y los 40 años del puto golpe de estado.
Lo interesante es que mientras lo escribía me quedé pensando en la novela chilena de la dictadura, que sigue siendo una obsesión o una ballena blanca de la ficción chilena, con la diferencia que Pinochet, al contrario de Perón o Castro es un monstruo opaco, más bien indescifrable. Nunca ha habido una buena novela sobre Pinochet porque no cabe en los cánones del realismo mágico ni en la estética excesiva del horror explotaition. No me imagino una novela neobarroca sobre Pinochet y las obras que más me interesan de la época de la dictadura militar, en cuanto a narrativa, son las que cuestionan la misma idea de hacer una novela sobre el tema como Lumpérica, de Diamela Eltit, por ejemplo. Creo que debe ser fácil escribir de torturadores pero no de Pinochet, el policial latinoamericano se basa en eso, en una novela negra de los asesinos del estado. En el caso de Pinochet, nadie lo narró como la gente. Nadie ha escrito una novela decente (y aquí pienso en las novelas sobre el poder latinoamericanas, que son una especie de tradición: las originales de Fuentes, el Vargas Llosa de Conversación en la Catedral, el Fogwill de Los Pichiciegos, Palacio Quemado, de Paz Soldán, etc.). No hay un libro sobre él que merezca la pena. Pareciese que la ficción pasara por el lado, que no quisiera tocarlo. Creo que hay algo clasista ahí: hablar de Pinochet es referirse al arribismo y al ascenso social, a ese huaso de voz aflautada con una esposa horrible. A algo poblado con mal gusto. Escribir de Pinochet, para los chilenos, es degradar algo que tiene un prestigio frágil e idiota, pero prestigio al final, que es la literatura. Escribir de Pinochet es hundirse en un horror que más bien es gris, que es parecido a la mediocridad, que tiene la sustancia de lo conocido, de lo cercano, que tiene el color deforme de lo banal. Alguna vez, hace años, almorzando en un universidad donde trabajaba, un escritor de la década del 70 me dijo que si juntaba tres novelas suyas, podías sacar de refilón un gran relato sobre la dictadura. Esa respuesta me dio risa por lo imbécil, lo oportunista y conformista de la respuesta. Para ese escritor, Pinochet era un abrigo que le quedaba gigantesco. O le provocaba pavor. El pavor ante un tema que convocaba todos los tópicos que había explotado en su obra completa (el exilio, la vida feliz o infeliz de la UP, la violencia institucional, la resaca democrática d) porque no sabía entrar en sus propias fisuras, porque internarse ahí era abrir la puerta a imágenes o ideas que eran reales (La Moneda en llamas, el culto a la personalidad, los lentes negros, el kitsch y el horror del poder), pero también alegóricas, cercanas, inexplicables. Pero hay salvación, parece: de hecho, ahora mismo estoy leyendo el manuscrito de un amigo que terminó una novela sobre Pinochet en Londres. Alfredo Sepúlveda, mi amigo, es periodista y escribió antes una biografía de O’Higgins y varios relatos-crónicas sobre próceres de la Independencia, siempre indagando en esos costados opacos y deformes de la identidad de los supuestos héroes. Visto desde ahí, parece casi natural que escribiese sobre Pinochet. La novela suya que estoy leyendo es un texto largo sobre el dictador y su biógrafo ficticio: es la excusa para entrar en la conciencia pero sobre todo el habla del dictador preguntándose hasta qué punto esa habla es parecida a la nuestra, se parece a la de la comunidad imaginada en la habitamos o creemos habitar. Creo que ese tema, el del habla, me obsesiona un poco. No en términos de registro sino a partir de la posibilidad de habitar en las ficciones que convoca. Novelas mías como Estrellas muertas y Ruido están escritos, creo, a partir de cómo funciona tal habla. Creo que son libros tristes por eso: hay un punto donde la ficción se vuelve simplemente la constatación de una anacronía, la certeza de que el lenguaje de la novela es algo parecido a un escombro, a un parque temático abandonado, a una plaza comercial donde ya no llega gente. Quizás exagero pero por eso me interesa la obra de Bellatin. Leí El libro uruguayo de los muertos pensando en que se trataba de una obra hecha de puro presente, que se esfuerza por crear su propio y enrevesado código del presente: como si se ese anacronismo del que te hablaba se actualizara continuamente. Supongo que esa condición no le corresponde a Bellatin sino que es extensiva a otros autores: Aira, por ejemplo. O, con más distancia, J.G. Ballard, que quizás antecedió casi todo: Atrocity exhibition es una vieja canción de Joy Division pero también una novela de Ballard sobre celebridades, cirugías e informes psiquiátricos. Hay un aspecto suyo que siempre me interesó pero del cual nadie se refiere mucho: los collages y las intervenciones fotográficas, las instalaciones y las indagaciones sobre cuál eran sus soportes. De este modo, trabajó siempre pensando en ese límite, tratando de preguntarse que supone la novela como horizonte. Creo que hay que volver a leerlo. Cosas como Nip/Tuck son Walt Disney al lado suyo. A mí me impresionó cuando la leí y nunca he entendido por qué no se ha reeditado más allá de las versiones que hizo Minotauro. Siempre que leo a Bellatin lo pienso desde ese lado, desde ese lugar: trato de encontrarlo en esa extraña familia donde está Ballard y los japoneses y Arguedas, aunque esa mezcla me parece indescifrable.
Eso. Creo que me he extendido. Prometo responder más rápido para la próxima para que a Hasbún no le venga una úlcera. Acá es invierno y estamos llenos de virus y son días divertidos, como salidos de una maldición china. Carla te manda saludos y besos.
Abrazote.
Otros intercambios:
[Mario Bellatín vs. Edmundo Paz Soldán]
[Patricio Pron vs. Rafael Gumucio]
[Lina Meruane vs. Cristina Rivera Garza]
[Ignacio Echevarría vs. Damián Tabarovsky]
Publicamos a continuación ese intercambio.
Fotos de los autores: Carla McKay
De: Tryno Maldonado
Enviado: 10 de junio de 2013, 18:27
Para: Álvaro Bisama
Asunto: Oaxaca
Gran Álvaro,
¿Cómo va todo por allá? Espero que Carla y tú se hallen de maravilla. Aquí en Oaxaca ya los extrañamos. Los amigos les mandan saludos. Sin embargo, las fiestas con bandas de heavy-metal en vivo y mezcal –como aquella última, puf– no son lo mismo sin ustedes. Por favor agradécele a Carla la foto que me tomó el día que partieron. Quedó muy bien para el artículo de Gatopardo con Julieta Venegas en que estuve trabajando en esos días. Gracias. ¿Finalmente consiguieron entradas para Nick Cave? ¿Qué tal?
Perdona que me reporte hasta ahora. Soy un corresponsal podrido. Hace al menos cuatro años vivo sin conexión a Internet en mi casa. De lo contrario, no escribiría jamás una sola línea. Admiro a muerte a la gente capaz de tener conexión en su lugar de trabajo y no perecer en el intento. Yo, en cambio, suelo hacerme trampa. Me premio cada párrafo de prosa consecutiva con una visita “rápida” de al menos una hora a los portales de noticias que, misteriosamente, terminan en Facebook y, un poco más tarde y sin variedad, en YouPorn.com. Así que paso. Sé que, por ejemplo, Jonathan Franzen le pidió alguna vez a un amigo que deshabilitara el módem de la computadora en la que escribe para no distraerse. Yo no soy tan hipster: me bastó dejar de pagar las cuentas del cable. Ellos se encargaron del resto con unas pinzas enormes al mes siguiente. Alguien me ha regalado, sin embargo, un iPhone con conexión y estoy temiendo que mi buena racha de escritura (sobre todo ahora que estoy comenzando novela nueva) se vaya a la mierda. Quizá lo venda o lo regale. Soy un adicto. Facebook y Twitter son agua rancia desde que los escritores pesados los usan para “hacer literatura”; pero reconozco que no podría vivir ya sin Instagram: la del iPhone es la primera cámara fotográfica que he tenido en mi vida y soy incapaz de soltarla. Es de los pocos espacios libres que quedan en internet antes de que los escritores vengan a reclamarlo también como un bastión literario. (A propósito: te adjunto la foto de una pieza satánica que hizo mi amigo Efraín y que subí ayer durante una fiesta con mi banda de noise-metal; además otro retrato tuyo que he titulado “Bisama VS la tlayuda oaxaqueña”).
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Te escribo por varios motivos que requieren algo más que los 140 caracteres habituales. El primero de ellos tiene que ver con la música. Mientras te cuento esto, he estado padeciendo una especie de lapidación pública y tumultuaria. Me llueven mails, tuits y comentarios en Facebook con insultos y amenazas. ¿La razón? Te vas a cagar de risa. Ni siquiera tuvo que ver con política esta vez, como cuando me censuraron un cuento por comparar al ex presidente de México con cierto tipo de cucaracha. Nada de eso. En mi más reciente columna me metí con algo que en México parece ser extrañamente más sagrado aun que la abnegada figura materna y la Virgen de Guadalupe: los Beatles.
Luego de releer Alta fidelidad de Nick Hornby, me pareció buena idea publicar mi propia lista de “Cinco bandas que deberían ser eliminadas de la faz de la tierra”. Juro que quise ser auto-crítico: la inclusión de Metallica por el patético asunto de Ulrich contra Napster deja prueba dura de ello. No obstante, meterse con los Beatles en este país me valió el linchamiento; lo cual sólo afianza los prejuicios que tengo sobre la que considero la banda más sobrevaluada de todos los tiempos (por no hablar de lo infumable de muchos de sus fans). Planeo realizar una nueva entrega –una suerte de addenda— en un futuro texto, y quisiera preguntarte cuáles serían tus cinco bandas a eliminar del planeta. (No te pregunto por los cinco escritores que eliminarías de la faz de la tierra para no meterte también a ti en problemas. Aunque los intuyo, y si te animas a rankearlos prometo rankear en el siguiente mail a los cinco míos.)
Recuérdame por favor el título del documental sobre Los Reynolds. Un amigo, Carlos Velásquez, tiene un cuento que habla de una banda de rock cuyo baterista tiene síndrome de Down. Estoy seguro que Los Reynolds fueron su referencia para ese relato, pero he olvidado el título del documental cuando quise contárselo. ¿Me pasas la info?
A propósito, revisé un documental sobre heavy-metal: A headbanger’s journey. La idea es tan estúpida como divertida. Un metalero canadiense formado en antropología intenta realizar un “estudio serio” sobre el árbol genealógico del metal. Sobra decir que todo termina en desmadre y una tremenda orgía en el Wacken Festival de Alemania. Es como graduarse en un doctorado en heavy metal impartido por Jack Black. El documentalista atribuye el origen del metal a Black Sabbath. Yo discrepo. Siempre he creído que todos los elementos del heavy metal ya estaban presentes en algunas canciones del primer disco de Led Zeppelin. Incluido el satanismo. Sin embargo, lo que quería contarte, es la sorpresa que me llevé en la parte en que le toca hablar al metalero chileno más conocido, Tom Araya, en el capítulo dedicado al satanismo. Las respuestas de Araya (vi a Slayer en vivo el año pasado aquí en México) me desconciertan: al ser cuestionado sobre el contenido satánico en sus letras, Araya recula, visiblemente contrito: “Escribí God hates us all porque la frase sonaba poca madre, no por que lo crea realmente. De hecho soy católico practicante”. ¡Qué tal! Eso y la escena que me contaste en que un amigo tuyo se topó por accidente con Tom Araya bailando salsa en una fiesta familiar en Chile han terminado con la imagen que tenía de él. Muy parecido a encontrarse por accidente a uno de tus tíos favoritos masturbándose en el baño. Deberías escribir algún día sobre la historia de Araya y su lado católico y salsero. Tu texto en el libro sobre la historia del heavy metal chileno de Patricio Jara sobre Dorso, para no ir más lejos, es magnífico. Recuérdame los nombres reales de las bandas chilenas que aparecen en tu novela Ruido. Tengo muchas ganas de escucharlas. Voy a bajar también algo de Dorso. Pásame algún link por aquí. (Ya le eché un oído a los que me recomendaste antes, Mostro, y no tienen pierde.)
Hablando de metal y satanismo, me quedé pensando en algo de lo que hemos hablado mucho. ¿A qué te referías exactamente aquella vez que dijiste que lo que le hacía falta a la literatura chilena era satanismo? Creo poder adivinarlo. Pero si yo lo dijera abiertamente respecto a la literatura que se hace hoy en día en México sería lapidado casi tan escandalosamente como ahora, que acabo de escribir que los Beatles fueron la primera boy band de la historia.
Abrazos a ti y a Carla,
Tryno.
PD.: Mucha gente me pregunta sobre nuestra banda. Deberíamos ensayar pronto. Rodrigo Hasbún ha estado componiendo nuevo material y sugiere que nos reunamos ya. Desde aquella vez en Santiago no hemos vuelto a tocar. Una disquera independiente que oyó no sé cómo nuestro primer demo se ha mostrado muy interesada. (Les cuento con más detalle por Twitter a ti y a Hasbún.) Con la venta de mi nuevo libro he comprado una guitarra PRS. No es original. Es una réplica coreana, pero está en buen estado y la conseguí por buen precio. Tenemos todo listo. Sólo necesitamos estrenarla. Tú pon la fecha. (Aquí va la foto que nos tomaron en Santiago después de nuestra último concierto.)
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De: Álvaro Bisama
Enviado: 13 de junio de 2013, 19:01
Para: Tryno Maldonado
Asunto: Re: Oaxaca
Hey, querido. Acá todo bien. Carla te manda saludos y sí, mientras estabas con Julieta Venegas, nosotros fuimos a Nick Cave. Conseguimos pases de prensa y Carla le hizo fotos desde el foso y me contó que le hizo “¡Chao!” con la mano antes de que un roadie la echara al final de la primera canción. Cave, por supuesto, lucía como Cave y fue raro por primera vez en vivo después de tantos años. Alguna de mis impresiones quedaron anotadas acá y, en cierto modo, fue una especie de retorno a casa o la primera juventud (nunca terminamos de ser jóvenes, parece) con la diferencia de que lo estaba viendo en La Condesa, lejos de los paisajes ruinosos -o que yo quería ver ruinosos, mejor dicho- donde lo escuché por primera vez. Carla subió sus fotos a Facebook, hay un par de que están buenísimas. Aquello, la verdad fue una despedida simbólica del DF y los amigos en Santiago nos odiaron porque cuando Cave vino por acá, el 97 o 98, lo pusieron en festival al lado de Cypress Hill y el público lo insultó.
Pero me desvío. Me quedé pensando en lo que dijiste de Instagram. Yo no creo que se trate de fotos. Sí, son fotos, pero en realidad son otra cosa. Instagram -como alguna vez fueron los blogs o los tumblr- es una especie de diario, un sistema de registro un modo de anotar. Hay días en que creo que la internet nos ha devuelto al siglo XIX, a la vuelta de las memorias, de los libros de viajes, de los diarios, a una literatura del yo que reemplaza a la ficción. Instagram es la última versión de aquello, un modo de llevar un diario sin escribir, un alfabeto de imágenes más o menos abierto que se compone de filtros como signos. Para mí lo más interesante es la idea de la no-foto: la idea de que no captas un momento memorable sino que un momento cualquiera, como si vigilaras tus propios pasos una y otra vez. O sea, entras por lo vintage y te estrellas de un viaje con lo cotidiano. Por otro lado, está la levedad de la cámara: el teléfono que se vuelve otra cosa, una especie de lápiz fantasma, una libreta de notas. Puedes comprender a alguien por sus filtros, por el encuadre, por lo que deja ahí, que son capaz de pieles de las que se desprende en público. Yo fotografío la tele, por ejemplo, hago pantallazos de pantallazos y me gusta ese aire sucio, desenfocado de las luces que no son luces, como de youtube en baja definición.
Sobre Los Reynols. Dile a tu amigo que el video está acá. Espero que le guste. El mito dice que los Sonic Youth son fanáticos de estos tipos. A mí me parece maravillosos y perturbadores. Leila Guerriero tiene, en Frutos extraños, una crónica llamada “Rock down” sobre ellos. Por mi lado, no puede despegarme del momento en que alguien me habló Miguel Tomasín y su banda: me topé con un músico de posrock de Valparaíso (Valparaíso estaba lleno de posrock cuando vivíamos ahí con Carla) arriba de una micro y me habló de Los Reynols, de esta banda donde el baterista/vocalista tenía Síndrome de Down. El músico posrock iba acompañado de su mamá y llevaban unos sacos de verduras. Yo venía de Santiago, bastante agotado e iba de pie y el músico posrock me hablaba de estos tipos. Su mamá miraba, como si estuviera acostumbrada, como si eso fuera de todos los días.
Gracias por las imágenes. A veces, sueño con la tlayuda, esa mexican pizza. Dale un abrazo a Efraín: el satanismo la lleva. Acá es cosas de todos los días. Hasta las sectas new age hacen sacrificios: hace un par de meses se descubrió que unos idiotas quemaron un bebé de dos días porque el líder les dijo que era el Anticristo. El tipo terminó ahorcándose en el Cuzco y antes, castigaba a los miembros de su secta pegándoles cincuenta veces con un palo, mientras ellos guardaban silencio. Por mi lado, sirve para la literatura: yo mismo terminé una novela medio black metal que ahora está en reposo, fermentando.
Sobre el odio parido de la comunidad por tus gustos, se entiende. Estoy de acuerdo con tu lista de bandas. Lo de Metallica me parece una inclusión correcta, lo mismo que Radiohead. Luego del “OK Computer” se volvieron artísticos y profundos y nos dejaron -y nadie los juzga por eso, nadie se los enrostra- a cosas como Coldplay, que recuerdo que fue una de las razones por las que Dublinesca, de Vila Matas, me pareció impostada y forzada, una caricatura de sus propios trucos. Sobre Los Beatles, yo creo que han terminado siendo como una especie de sonido de fondo que creo que va a durar hasta que se acabe el mundo pero donde antes había algo parecido a la luz, ahora hay tedio y música para ascensores. Los amigos argentinos, que algo saben de esto, se han curado de la beatlemanía a golpes de Rolling Stones y, la verdad, les encuentro toda la razón. El otro día estuve escuchando “Street Fighting Man” toda la mañana y me pareció esencial y perfecta en su alegato revolucionario. Yo agregaría más: colocaría a Maná, Manu Chao y Depeche Mode. Sobre Maná, no hay mucho que decir, son la vara con la que los grupos de pubs de toda América Latina se miden, es lo que sueñan ser, la pesadilla mojada que los desvela. Lo mismo Manu Chao, que es otro redentor del turismo miseria latinoamericano. Sobre Depeche Mode, es más complejo, los escuché demasiado y me terminaron por patear. Ahora me suenan revenidos, como una parodia de sí mismos, un pop vacío cuya angustia es solo una ilusión, cuyo anuncio de una utopía mecánica llena de altavoces es solo el decorado para una pista de baile que quiere lucir más profunda de lo que es.
Vi el documental que me dices. Me lo pasó Pato Jara, es buenísimo. Tom Araya es un ídolo. Con Carla vimos a Slayer hace un par de años y fue notable. Carla ya los había visto antes un par de veces. La escena me la contó el Macha, el vocalista de La Floripondio y Chico Trujillo y alguien se la había contado a él y refleja uno de los mitos urbanos de Valparaíso y sus alrededores, que te podías topar con Tom Araya en la calle porque tenía parientes en Chile. De hecho, cuando tocaron en Viña del Mar hace un par de años, el municipio les hizo un reconocimiento -declaró a Tom Araya hijo ilustre de la ciudad- lo que era demente, porque a la alcaldesa pinochetista le gusta la autopublicidad.
Las bandas y los youtubes te los coloco más abajo: van Villalemana Rok!, La Floripondio, Sonora de Llegar y Belial. Ruido juega con ellos, los mezcla y los cita de lado, de taquito. Sobre si a la literatura chilena le falta satanismo, creo que sí. Le falta satanismo y muchas cosas más. Más lecturas, por ejemplo. Tengo claras algunas: le falta el deslinde de los maestros tutelares, el abandono de la escritura de cuentitos como artefactos de relojería, salirse de la idea de la literatura como una carrera para ascender socialmente o algo parecido. Pero no sé si sea un problema solo de la literatura chilena actual. De hecho, leyendo Teoría de las catástrofes pensaba en esa articulación política de la ficción que extraño en los libros chilenos que leo: hacerse cargo del relato de un presente, de leerlo de modo directo, con el riesgo de fallar. Siempre me acuerdo de lo que decías de la novela del narco, que te parecía moralmente cuestionable hacer una porque era pura exploitaition de Zacatecas, donde creciste y que preferías hablar de Oaxaca, donde vives ahora.
No sé. He pensado en eso porque he estado medio obsesionado con Neruda estos últimos meses -tomando notas para algo que quizás no escriba porque escribí la novela black metal- y pensaba en la hipertrofia de Neruda, que se murió hace cuarenta años como estrella pop. Leía del Neruda de los años 30 a los 50 y pensaba en que era algo, salvando las distancias, parecido a una megaestrella, una huevada total, un personaje -a lo Michael Jackson, a lo Bono- capaz de contener el mundo. Pensaba en esas casas donde caben todos los escombros y rarezas del universo, esas memorias que son las del siglo donde dice, por ejemplo, que Stalin lo conocía, sabía de su nombre. Pero por otro, miraba viejas imágenes de su funeral, a días del golpe militar y me parecían tristísimas, todo gris, una procesión de gente asustada abriéndose paso en la ciudad, llorando casi a solas, levantando la mano agotadas de tanta violencia, custodiadas por militares que están en el fuera de campo de la toma.
Eso. Me despido por ahora. Carla te manda besos: está feliz que usaras su foto en Gatopardo. Oaxaca rulez!. Saludos a Efra y a Guille. Quedo pendiente de tu respuesta.
Pd: lo de banda no es tan descaminado. Recuerda que Sinatra grabó con Bono por teléfono. Skypenoise, o algo así, me gusta la idea. A ver qué dice Hasbún. Por mi lado, me compré una polera de una peli de horror de Mario Bava que saldría de la puta madre en la foto.
De: Tryno Maldonado
Enviado: 19 de junio de 2013, 18:33
Para: Álvaro Bisama
Asunto: Oaxaca 2
Gran Álvaro.
Qué bueno tener noticias tuyas. Me alegra que la Carla y tú hayan disfrutado la estancia en México. Buen texto sobre Nick Cave (aunque aquí debo confesar que nunca he sido muy devoto suyo).
Gracias por los links de las bandas. ¡Qué grandes son los de Floripondio! Me declaro su fan desde ahora. Y la letra de “Si es necesario matar al presidente” (¡enorme!) la aplicaría con un gusto tremendo en este momento a este país.
Estuve desconectado un poco. Tuve de visita a unos amigos en Oaxaca: Hello Seahorse, una banda mexicana. Vinieron a tocar y estuvimos paseando y bebiendo algunos mezcales durante unos días, para no perder la costumbre. Aquí te paso un video de ellos en vivo para que los conozcas.
No vas a creer lo que ocurrió esta semana. Tiene que ver con tu Estrellas muertas y la influencia que ha despertado en ciertas personas. Va como sigue. Trataré de explicarlo, aun a riesgo de que suene a ficción. Juro que cada palabra es verdad.
Sabes –lo he dicho al menos cien veces en Twitter— que me muero de envidia por los títulos de tus libros. Ya quisiera yo tener al menos un Death metal, un Ruido o un Estrellas muertas en mi ficha bibliográfica (sólo por eso mi siguiente libro se llamará Metales pesados). Bueno, más allá de eso, desde luego, soy gran fan de tus novelas; no sólo de los títulos. Y lo siguiente tiene que ver con eso.
A propósito de la correspondencia de estos últimos días me entraron ganas de volver a leer Estrellas muertas para preguntarte algunas cosas por las que siempre he sentido curiosidad (como si la Javiera está medianamente basada en Camila Vallejo o si de verdad el jarabe para la tos produce los efectos devastadores que describe tu narrador: la última vez que lo usé me puse uno de los peores viajes de mi vida; comencé a ver y a escuchar gente muerta fuera de mi casa hablando de mí). En fin. Estuve buscándola toda la semana, sin éxito. Suelo regalar mis libros. Jamás he sido acumulador ni especial amante de los libros como objeto. En todo caso preferiría coleccionar guitarras (si tuviera un sueldo de senador o de diputado, claro). Sin embargo, cuando se trata de ejemplares firmados por mis amigos, acostumbro ser bastante celoso. Jamás los presto ni dejo que les pongan las manos encima los curiosos. Y ahí me tienes, buscando mi Estrellas muertas que me traje de Santiago. Pero nada. Llamé a los amigos, a los chavos de un taller al que solía ir a pasar las mañanas de los sábados simulando frente a los alumnos que sé quién coño es Imre Kertész, Peter Handke y Danilo Kis (a este último lo suelo confundir invariablemente con Gene Simons creyendo que es un integrante más de Kiss) e incluso a mi casera. Pero de Estrellas muertas ni rastro. Tal vez hayas visto que coloqué un estatus en mi Facebook reportando la desaparición del libro. Tuve la esperanza candorosa de que el ladrón o la ladrona de mi Estrellas muertas sufriera un repentino acto de contrición al verse denunciado públicamente en Facebook. Desafortunadamente nada ocurrió tampoco. Ya derrotado, estaba hoy por la mañana dispuesto a confesarte que lo había extraviado (además de corresponsal podrido iba a resultar un amigo podrido que pierde los libros que sus amigos le firman), cuando alguien vino a tocar a la puerta del departamento. No tengo timbre en mi casa. Nada odio más que me importunen cuando estoy trabajando. Pero ahí estaba: alguien dándole a la puerta y a los timbres de los departamentos de a lado durante casi media hora. No tuve más remedio que salir a abrir. ¡Casi me cago cuando vi allí, en la puerta, mi ejemplar de Estrellas muertas! En la tapa un post-it que decía “Gracias por el préstamo.”. Miré en ambas direcciones del callejón. Estaba desierto. No había señales de quién había devuelto el libro extraviado. Excepto una: cuando quise abrir mi ejemplar para constatar que, en efecto, fuera el mío y no otro –es decir, con tu firma--, no pude. Las páginas estaban todas almidonadas, pegadas unas con otras por una sustancia rosada. Olía mucho a cerezas. Alguien –quienquiera que se haya robado y devuelto mi Estrellas muertas— le había derramado al menos media botella de un jarabe para la tos encima. ¡Hay que ver!
No tenía idea de que Tom Araya hubiera sido nombrado hijo predilecto de Viña de Mar a manos de una alcaldesa pinochetista. Sin embargo, salvando las proporciones, preferiría mil veces que eso ocurriera en México y no lo que en realidad sucede: hace una semana la alcaldesa de Monterrey le entregó las llaves de la ciudad… a Dios. Así. Como se oye. Por supuesto la cosa se volvió un escandalito nacional para tapar los verdaderos problemas del país y que la izquierda institucional tuviera chance de darse golpes de pecho. Lo que necesita esta gente, creo, es, en efecto, satanismo. A veces pienso, volviendo al tema, si el verdadero compromiso de los escritores de México no debería ser en realidad el mismo que movió al black-metal escandinavo: prenderles fuego –literalmente-- a todas las iglesias. Vamos, si los escandinavos son los padres del Estado de Bienestar y nuestras “democracias” tratan de emularlos para aparentar ser más “civilizados”, ¿por qué no vamos a implementar también estas bonitas prácticas suecas?
Respecto a la literatura del narco, sigo opinando lo que alguna vez te dije: me parece que la única obra maestra que ha dado la denominada “narco-literatura” tan de moda en México es “Niño sicario”, la canción de la banda Calibre 50. Sospecho que ésos, las bandas norteñas a sueldo de los capos para contar sus hazañas a riesgo de ser acribillados, son mil veces más honestos y tienen más fuerza que cualquier novelista de este país (ojo, eso de por sí tampoco implica un elogio). Todo lo otro, lo que te digan los que hacen “narco-literatura” (en especial aquellos que hacen “narco-novelas” mientras esperan su soya-latte venti en algún Starbucks de la colonia Condesa) es pura payasada: ahora resulta que todo mundo tiene un ex compañero de escuela que se volvió sicario, algún informante que desertó a algún cártel y ha buscado al autor para que relate su historia… O hasta una abuelita en Tamaulipas que trafica cocaína y disuelve a sus víctimas en ácido.
Se decía que serían los años de la literatura del narco en México. Estoy seguro que aquella predicción la hizo un crítico literario: siempre yerran. (Lo mejor que uno puede hacer por el bien de la literatura nacional es escupirle a los críticos literarios en un ojo.) Yo soy de Zacatecas, como sabes, uno de los estados recientemente asolados por la violencia de los cárteles. Lo más fácil del mundo para mí sería rasgarme las vestiduras y contar cómo dos cárteles se están peleando mi estado (tres si contamos que el PRI, el partido que ejerció lo que Vargas Llosa llamó la “dictadura perfecta” durante más de setenta años, ha regresado al poder) y cómo mis amigos y mi familia han ido desapareciendo o han sido violentados directa o indirectamente por este conflicto. Me pregunto por qué voy a aportar mi trabajo para trivializar este tipo violencia y volverla parte del paisaje cotidiano o qué tan honesto sería utilizarla como una carta a mi favor para ser compensado con algún tipo de “acción afirmativa” de las editoriales foráneas. Me parecería un acto inmoral y oportunista hacerlo, como hace tanta gente con libros escritos al vapor para aprovechar la coyuntura. Me parecía mil veces honesto y más urgente, en cambio, hablar en mi novela Teoría de las catástrofes, como dices, sobre la violencia de Estado que ejerció el PRI contra el magisterio y la sociedad civil en 2006 aquí en Oaxaca (desapariciones, persecuciones, presos políticos, torturas, escuadrones paramilitares, asesinatos…). Pretendí hacer una novela-monstruo. Me gustan especialmente las novelas en las que los grandes novelistas se arriesgan y fracasan. Las prefiero sobre las cajitas chinas perfectas que generalmente no me mueven y muy poco me dicen. Así que quise correr el riesgo esta vez. Moby Dick, una de mis novelas favoritas, fue considerada durante muchísimo tiempo como una “novela fallida”. Ojalá tuviéramos hoy en día más novelas-cachalote fallidas y menos novelitas perfectas.
Y, bueno, volviendo al tema, es curioso cómo en México de pronto resulta que casi todos los escritores tienen una abuelita o un primo sicario en Monclova, Tamaulipas o Ciudad Juárez. En el norte o en la frontera con EEUU. Me dan mucha risa los estudios, libros y ensayos aparecidos en revistas literarias que hablan de la así llamada “literatura del norte”, generalmente emparentada con esta “literatura del narco”. Me da risa además porque, siendo yo más norteño que varios de esos autores (basta ver el mapa de México para darse cuenta de que Zacatecas está 1,000 kilómetros al norte de la colonia Condesa), jamás aluden ni por asomo a mis libros. Supongo que no tengo suficientes AK-47s ni suficientes kilos de cocaína entre mis páginas. Te lo digo sinceramente: es un alivio no recibir el lastre de una etiqueta tan sospechosa. Al respecto, suelo pensar en una cosa: de entre las novelas de la Generación Perdida que vivió la época de la prohibición en EEUU, ¿cuántas sobre tráfico ilegal de alcohol y matanzas entre gángsteres nos quedan? Salvo referencias en El gran Gatsby, me parece que ninguna.
Sin embargo, no quiero que me malinterpretes. Es necesario hablar de esta violencia que hace tiempo está sangrando a México. Y seré la primera persona en festejarlo el día que algún cabrón venga a entregar una novela rompedora sobre el tema. Ocurre que la condena moral de toda clase de violencia suele borrar las huellas que nos hacen diferenciar el origen de cada tipo específico de violencia. Ya sea violencia de Estado contra los ciudadanos, violencia propiciada por el narco, violencia en una revuelta civil, etcétera. Nos es inevitable juzgarla primero a través del tamiz moral que iguala todas a un mismo rasero. Dice Hannah Arendt que ha habido una especie de desplazamiento de la violencia en la modernidad: del ámbito privado al ámbito público que tiene que ver con lo estatal. Para ella, es necesario restaurar una tradición del pensamiento que permita concebir las relaciones de poder fuera de las categorías que tienen que ver con la dominación. Sólo así, parece sugerir Arendt, será posible instaurar una crítica política de la violencia. La violencia, en efecto, se ha desplazado del ámbito privado al ámbito público-estatal con fines extrínsecos a ella misma, de modo que el ámbito de lo público se ha ido permeando de esa misma violencia y ocasiona que nos hagamos la consecuente pregunta de si, por haber vuelto omnipresente la violencia en nuestro entorno público, en México, la política, por ejemplo, nos es realmente útil y para qué. ¿No debería servir para lo contrario? ¿Acaso política y violencia no deberían ser antónimos, opuestos? Al parecer en el México de la guerra contra el narco, no ocurre así. Allá y aquí política y violencia parecen ser un binomio inseparable. Lo hemos visto hasta el cansancio. Y la literatura, de paso, se ha embarrado de esa mierda.
Pero, mientras tanto, aquí va el video de “Niño sicario”:
Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices de Instagram. Justo lo veo así. Hace unos diez años la gente creía que los blogs y la publicación en internet cambiarían la literatura. Siempre fui escéptico. Vamos: seguimos haciendo que nuestros personajes hablen entre dos rayas largas justo como hacía Flaubert. ¿No habrán llenado los modernistas, como dice un amigo, páginas enteras de odas a la máquina de vapor tanto como hacen hoy los defensores de la twit-literatura con su fascinación por las “redes sociales”? Prefiero lo otro. La escritura o la extensión del texto en Instagram. Justamente hace unos meses hice algo así con Mario Bellatin. Para la presentación de su Libro uruguayo de los muertos utilicé una serie de fotos mías de Instagram. Aquí te anexo algunas. Mario da en su novela 23 preceptos para usar una cámara de plástico (tiene la creencia de que el libro tradicional no es plataforma suficiente para contener su texto y suele expandirlo de mil formas); así que no hice más que seguir dichos preceptos y aplicarlos a las imágenes de mi presentación. Parece que Mario quedó contento con el resultado. Aquí te los transcribo. Verás que algunos coinciden con tu propia manera de tomar fotos en tu cuenta de Instagram:
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1. No tomar con esta cámara fotos por gusto.
2. Buscar que la luz ilumine francamente los objetos.
3. Procurar que siempre haya rojos y azules intensos en el cuadro.
4. Tratar de entender los engargolamientos de la luz.
5. Sólo se deben sacar paisajes abstractos cuando se fotografía el cielo.
6. Buscar en los paisajes cercanos principalmente la presencia de marcados puntos de referencia.
7. No forzar las instrucciones que vienen en la cámara.
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8. Saber que un poco nublado –o la no presencia obvia y plena del sol— es ya nublado.
9. Nunca improvisar una foto. Recordar siempre que la sorpresa debe ocurrir no en la realidad sino frente a la copia revelada.
10. Crear cuanto antes líneas de trabajo temático. Aunque sea dos.
11. La primera de estas líneas puede tener como referente aquellas imágenes en las que aparece Perezvón dentro de los paisajes desvaídos más allá del tiempo; y la segunda con algo que tenga que ver con retratos.
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12. También se puede continuar fotografiando las secuencias “on the road” pero teniendo siempre a Perezvón o al Chevy negro como referencia.
13. Otra línea más puede tener que ver con la toma de fotos “kitsch”, que deben ser impresas en papel brillante. Una búsqueda propia de lo popular. Sin olvidar nunca el rojo ni el azul.
14. No cambiar nunca el formato. Las fotos siempre serán cuadradas.
15. Tratar de tirarse al suelo para aprovechar el piso.
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16. Crear las figuras a partir de la distorsión.
17. Fotografiar la mayor cantidad de vitrinas y maquetas posible.
18. Los contenidos –si no poseen esa línea de flotación que suele producirse cuando el fotógrafo se tira al suelo— deben estar saturados de objetos. Esta cámara entristece si no hay nada vivo o luminoso que captar.
19. La media distancia puede o no funcionar. Hay que colocarse en un punto menos que la media distancia y después recurrir a las distancias extremas, tanto para adelante como para atrás.
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20. No importa nunca el ASA del rollo. Tampoco la calidad, fecha de caducidad o estado de las películas.
21. Se deberá llevar siempre consigo una bolsa negra para manipular los rollos.
22. Buscar la foto dentro de la cámara. Si es posible, se recomienda caminar llevando la cámara delante de los ojos.
23. Repito. No tomar ninguna foto neutra o anecdótica.
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Un abrazo grande y quedo a la espera de tu mail,
Tryno.
PD: varios amigos músicos han realizado proyectos de bandas como tú dices, vía Skype. Hagámoslo. Y ya si Alfaguara nos paga la gira a los HBM Project (Hasbún-Bisama-Maldonado), ¡bienvenida!
De: Álvaro Bisama
Enviado: 9 de julio de 2013, 14:43
Para: Tryno Maldonado
Asunto: Re: Oaxaca 2
Tryno querido, comienzo a contestarte tarde porque han sido días intensos: cierre de semestre en la universidad y este perfil que le hice a Marcelo Mellado y un texto sobre el que te comentaré después sobre la dictadura chilena, para el libro que está editando un amigo. Gracias por lo de Hello Seahorse!. Están buenísimos. Te copio de vuelta a unos de acá, Protistas, que con Carla nos gustan mucho y que vimos en el último Lollapalooza en un show secreto y perfecto. Ah, qué bueno que escuches a La Floripondio y sobre todo ese tema. Hace dos años, cuando empezaron las marchas de estudiantes y el gobierno se volvió loco reprimiéndolas yo pensé en esa canción que me pareció la banda sonora respecto a lo que estaba pasando. Por supuesto, me parecía raro: se trataba de una canción que casi 15 años después volvía a sonar en mi cabeza, como si el discurso delirante del cantante fuera una especie de acceso a una especie de inconsciente nacional, a un basurero de los deseos, a una postal del ánimo del país. Nunca pensé eso cuando la escuché por primera vez, aunque es curioso cómo las canciones van y vienen, o cómo vuelven. Bono lo dijo una vez sobre Sinatra: “sus canciones son su casa”. Bono es un idiota pero hablaba de Sinatra, que es alguien que le sube el nivel a lo que toca o roza. Pero la frase es buena. Las canciones son una especie de casa o una habitación por lo menos. Entiendo tu reflexión sobre la novela del narco, me parece lúcida. Calibre 50 rulez!. De hecho, pensaba en cómo escribir de la dictadura ahora mismo: un amigo me pidió un texto para una antología donde tipos de nuestra edad escriben sus recuerdos de la dictadura de Pinochet. La verdad es que como no sabía cómo armarlo, lo escribí a mano: notas en un cuaderno, notas dispersas, fragmentos de memoria que bien pueden ser falsos. Mientras lo hacía, me di cuenta de que no quería ser lineal, de que no quería hablar directamente, de que prefería perderme en las digresiones. Me di cuenta de que estaba escribiendo sobre el sentido del tiempo, en vez de referirme a un relato particular, a algo que pareciese un cuento. Te lo mando cuando lo termine. El libro sale, por supuesto, para septiembre y los 40 años del puto golpe de estado.
Lo interesante es que mientras lo escribía me quedé pensando en la novela chilena de la dictadura, que sigue siendo una obsesión o una ballena blanca de la ficción chilena, con la diferencia que Pinochet, al contrario de Perón o Castro es un monstruo opaco, más bien indescifrable. Nunca ha habido una buena novela sobre Pinochet porque no cabe en los cánones del realismo mágico ni en la estética excesiva del horror explotaition. No me imagino una novela neobarroca sobre Pinochet y las obras que más me interesan de la época de la dictadura militar, en cuanto a narrativa, son las que cuestionan la misma idea de hacer una novela sobre el tema como Lumpérica, de Diamela Eltit, por ejemplo. Creo que debe ser fácil escribir de torturadores pero no de Pinochet, el policial latinoamericano se basa en eso, en una novela negra de los asesinos del estado. En el caso de Pinochet, nadie lo narró como la gente. Nadie ha escrito una novela decente (y aquí pienso en las novelas sobre el poder latinoamericanas, que son una especie de tradición: las originales de Fuentes, el Vargas Llosa de Conversación en la Catedral, el Fogwill de Los Pichiciegos, Palacio Quemado, de Paz Soldán, etc.). No hay un libro sobre él que merezca la pena. Pareciese que la ficción pasara por el lado, que no quisiera tocarlo. Creo que hay algo clasista ahí: hablar de Pinochet es referirse al arribismo y al ascenso social, a ese huaso de voz aflautada con una esposa horrible. A algo poblado con mal gusto. Escribir de Pinochet, para los chilenos, es degradar algo que tiene un prestigio frágil e idiota, pero prestigio al final, que es la literatura. Escribir de Pinochet es hundirse en un horror que más bien es gris, que es parecido a la mediocridad, que tiene la sustancia de lo conocido, de lo cercano, que tiene el color deforme de lo banal. Alguna vez, hace años, almorzando en un universidad donde trabajaba, un escritor de la década del 70 me dijo que si juntaba tres novelas suyas, podías sacar de refilón un gran relato sobre la dictadura. Esa respuesta me dio risa por lo imbécil, lo oportunista y conformista de la respuesta. Para ese escritor, Pinochet era un abrigo que le quedaba gigantesco. O le provocaba pavor. El pavor ante un tema que convocaba todos los tópicos que había explotado en su obra completa (el exilio, la vida feliz o infeliz de la UP, la violencia institucional, la resaca democrática d) porque no sabía entrar en sus propias fisuras, porque internarse ahí era abrir la puerta a imágenes o ideas que eran reales (La Moneda en llamas, el culto a la personalidad, los lentes negros, el kitsch y el horror del poder), pero también alegóricas, cercanas, inexplicables. Pero hay salvación, parece: de hecho, ahora mismo estoy leyendo el manuscrito de un amigo que terminó una novela sobre Pinochet en Londres. Alfredo Sepúlveda, mi amigo, es periodista y escribió antes una biografía de O’Higgins y varios relatos-crónicas sobre próceres de la Independencia, siempre indagando en esos costados opacos y deformes de la identidad de los supuestos héroes. Visto desde ahí, parece casi natural que escribiese sobre Pinochet. La novela suya que estoy leyendo es un texto largo sobre el dictador y su biógrafo ficticio: es la excusa para entrar en la conciencia pero sobre todo el habla del dictador preguntándose hasta qué punto esa habla es parecida a la nuestra, se parece a la de la comunidad imaginada en la habitamos o creemos habitar. Creo que ese tema, el del habla, me obsesiona un poco. No en términos de registro sino a partir de la posibilidad de habitar en las ficciones que convoca. Novelas mías como Estrellas muertas y Ruido están escritos, creo, a partir de cómo funciona tal habla. Creo que son libros tristes por eso: hay un punto donde la ficción se vuelve simplemente la constatación de una anacronía, la certeza de que el lenguaje de la novela es algo parecido a un escombro, a un parque temático abandonado, a una plaza comercial donde ya no llega gente. Quizás exagero pero por eso me interesa la obra de Bellatin. Leí El libro uruguayo de los muertos pensando en que se trataba de una obra hecha de puro presente, que se esfuerza por crear su propio y enrevesado código del presente: como si se ese anacronismo del que te hablaba se actualizara continuamente. Supongo que esa condición no le corresponde a Bellatin sino que es extensiva a otros autores: Aira, por ejemplo. O, con más distancia, J.G. Ballard, que quizás antecedió casi todo: Atrocity exhibition es una vieja canción de Joy Division pero también una novela de Ballard sobre celebridades, cirugías e informes psiquiátricos. Hay un aspecto suyo que siempre me interesó pero del cual nadie se refiere mucho: los collages y las intervenciones fotográficas, las instalaciones y las indagaciones sobre cuál eran sus soportes. De este modo, trabajó siempre pensando en ese límite, tratando de preguntarse que supone la novela como horizonte. Creo que hay que volver a leerlo. Cosas como Nip/Tuck son Walt Disney al lado suyo. A mí me impresionó cuando la leí y nunca he entendido por qué no se ha reeditado más allá de las versiones que hizo Minotauro. Siempre que leo a Bellatin lo pienso desde ese lado, desde ese lugar: trato de encontrarlo en esa extraña familia donde está Ballard y los japoneses y Arguedas, aunque esa mezcla me parece indescifrable.
Eso. Creo que me he extendido. Prometo responder más rápido para la próxima para que a Hasbún no le venga una úlcera. Acá es invierno y estamos llenos de virus y son días divertidos, como salidos de una maldición china. Carla te manda saludos y besos.
Abrazote.
Otros intercambios:
[Mario Bellatín vs. Edmundo Paz Soldán]
[Patricio Pron vs. Rafael Gumucio]
[Lina Meruane vs. Cristina Rivera Garza]
[Ignacio Echevarría vs. Damián Tabarovsky]