Me acuerdo: Ezio Neyra
Con el entrañable "Me acuerdo" de Joe Brainard en mente [modelo que Georges Perec y tantos otros siguieron], le pedimos al escritor peruano Ezio Neyra que compartiera con nosotros algunos de sus recuerdos. Esto es lo que nos envió.




Me acuerdo de las pastillas contra el mareo que mamá nos daba a mi hermana y a mí antes de emprender nuestro viaje anual de doce horas en auto, a veces más, a Arequipa. Siempre parábamos en el mismo restaurante en Nazca y, horas después, hacíamos otra pausa en Chala para comer algo más.

Me acuerdo de los colores de las cosas. Aquella pastilla era color naranja.

Me acuerdo del recorrido a Arequipa. Lo hice tantas veces que una vez dibujé un mapa de ruta que incluía todas las curvas y túneles del camino. Por supuesto no tuve uno sino incontables errores.

Me acuerdo de la música que escuchaban mis papás en sus autos. Cuando iban solos, oían la misma estación de radio todo el tiempo. Cuando iban juntos en el mismo auto, la estación que sintonizaban era distinta y siempre era la misma.

Me acuerdo que durante una o dos semanas, uno de mis tíos guardó en un estudio que teníamos cerca del jardín la motocicleta (llena de tierra y barro) con la que acababa de competir en Caminos del Inca. Justo en medio del timón, había un mapa de ruta excelentemente diseñado y metido dentro de un cubo transparente. El mapa, como un papiro enrollado, se corría de arriba abajo con una perilla ubicada al lado derecho.

Me acuerdo del sonido del mar llenando las habitaciones de la casa de playa de mis abuelos.

Me acuerdo que un día mi padre nos trajo de regalo de uno de sus viajes a la selva un mono y una tortuga. Pusimos a la tortuga en el jardín, que era muy grande y tenía hermosos rosales, pero pronto desapareció en el estudio. Nos dimos cuenta porque su mierda generaba un olor muy pesado. No tengo recuerdos de haberla visto nunca más. Yo tenía muchas ganas de jugar a contar los hexágonos de su caparazón cuando volvía del colegio.

Me acuerdo de la primera vez que vi la nieve.

Me acuerdo que una o dos semanas después de que llegara, mi hermana encontró muerto al mono, yaciendo en una rama del árbol más alto del jardín. Temblando y con lágrimas en los ojos, me contó que lo encontró con las extremidades puestas cerca de su estómago. Supongo que habrá estado tratando de refugiarse del invierno limeño. Ni mi hermana ni yo hemos vuelto a tener monos. Sí hemos ido a la selva.

Me acuerdo que a mi hermana no le gustan las películas asiáticas. Nunca me ha podido explicar por qué.

Me acuerdo del jardín de casa de mis padres. Constaba de una amplia extensión de pasto, y, a los márgenes, diversos árboles de muchos tamaños. Lo que más había era rosales. No sé por qué se me ocurrió, por el día de la virgen, regalarle a mi maestra de primer grado media docena de rosas. No sé tampoco por qué un colegio católico como aquel no declaraba feriado ese día. Mucho menos sé por qué tuve que asociar a mi maestra con la virgen María.

Me acuerdo de la vez que me caí mientras trataba de encontrar mi camino en la primera nevada que cayó en Providence el primer invierno que viví allí.

Me acuerdo de la casa de playa de mis abuelos. La de mis abuelos paternos estaba a unas tres filas del mar y en la zona con más vida del balneario. Adentro, siempre había mucha gente (mi abuela tuvo siete hijos y más de veinte nietos) y la comida era el centro de todo. Para mi abuela, la cocina parecía ser algo que requería que utilizara parte de sus prendas más elegantes. A veces, sobre todo los fines de semana, cuando volvíamos de la playa para la hora de almuerzo, la encontrábamos con tacos y joyas muy caras mientras daba los últimos toques a lo que cocinaba. La casa de playa de mis abuelos maternos estaba en primera fila frente al mar, pero en una zona en la que había pocas casas, apenas tres. El resto del balneario parecía estar demasiado alejado y recuerdo las grandes parrilladas en la terraza de sillar, los primos y las primas tomando sol, las veces que pasábamos horas cogiendo machas de la orilla y me acuerdo de las veces que caminé de regreso en medio de la oscuridad, mientras sentía los rabiosos ladridos de los perros.

Me acuerdo que, cuando vivía en Italia, mi tía Cornelia me traía a diario zanahorias, papas y jamón. Una vez me trajo un perro y me preguntó si quería quedarme con él.

Me acuerdo de la vista de la habitación en la que viví en la isla de Rodas.

Me acuerdo de la vez que choqué el auto de mi abuelo en Italia. Tuvieron que volverlo chatarra y mi abuelo no me habló por varias semanas.

Me acuerdo que estuve a punto de comprarme un perro en La Habana, un vizsla. Al final los planes que tenía tomaron un rumbo distinto y hasta ahora no he comprado un perro. Me pregunto si alguna vez tendré uno.

Me acuerdo de muchas menos cosas de las que no me acuerdo.




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