Hallazgos: Federico Guzmán Rubio
Después de darle una buena mirada al estante donde atesora sus libros, discos y películas preferidos, esto es lo que Federico Guzmán Rubio quiso compartir con nosotros.
El traductor
Con los argentinos hay que tener cuidado: cada tres meses anuncian a bombo y platillo la llegada de una nueva obra maestra que, una vez leída, resulta similar a los libros que se publican en cualquier parte: Chile, España, Bolivia. Pero son tipos extraños, los argentinos, pues cuando en verdad surge en su tierra una obra maestra, salvo por un par de voces, no se dan por enterados. Esto fue exactamente lo que sucedió con El traductor de Salvador Benesdra.
Resulta muy sugerente hablar de la vida de Benesdra, candidato firme al podio de los legendarios escritores malditos, con locura y suicidio incluido. Pero mejor hablemos de la novela, que no necesita de la biografía de su autor para convertirse en mito, no sé si fundacional o culminante, pues no dio inicio ni puso fin a ninguna tradición dentro de la literatura argentina y latinoamericana, sino que más bien entró en ellas como una bomba que debió hacer explotar todo pero sigue ahí, sin detonar. En ella se cuenta la vida de Ricardo Zevi, o más bien, su desmantelamiento y sucesiva normalización. Zevi trabaja como traductor de planta en una editorial “progresista” y es primero testigo y después víctima de los cambios implementados por la nueva administración, decidida a sanear las cuentas, modernizarse y tener una actitud, digamos, más “proactiva”. ¿Les suena? A la vez, Zevi, judío laico y macho porteño (como los de ¿antes?), conoce a Romina, salteña, protestante y frígida, con quien entabla una relación. Mientras el neoliberalismo triunfa en el mundo, Zevi descubre su afición por ciertas perversiones sexuales, y Romina accede a todo lo que su pareja le demanda, siempre en busca de Dios, el orgasmo y el ascenso social, en ese orden. El final, no entro en detalles, es inquietantemente feliz.
Lo que resalta de El traductor es su monumentalidad y ambición, el estilo insolentemente lírico y racional, la voluntad crítica e interpretativa, el valor con que aborda y enfrenta la trama, la teoría y la realidad. La novela, nos dice Benesdra, coleccionista de batallas perdidas, no tiene por qué ser nimia, minúscula y sutil.
Más allá de su incuestionable calidad, llama la atención su vigencia temática. Se dice que nadie retrata con mayor fidelidad la década de los noventa argentinos. Seguramente es así. Pero esto va más allá de los noventa y de Argentina; Benesdra, muerto en 1996, es el escritor que mejor ha sabido entender lo que llevamos de siglo en todas partes, incluyendo el presente y el futuro inmediato (siendo optimistas). Hay libros que también son profecías y éste, por desgracia, es uno de ellos. Seguimos inmersos en una página de El traductor, quién sabe si más cerca del inicio o del final. Quizás, cuando salgamos y nos cuente, al fin, nuestro pasado, será cuando Benesdra tenga el lugar que le corresponde: el de un iluminado sensato.
En una literatura como la argentina, rica en antinovelas, novelitas, noveletas, novelas de prólogos, novelas rompecabezas, novelas gauchescas, novelas nouveau roman, novelas ensayo y novelas conceptuales, pero no en novelas, así, a secas, bien puede afirmarse que El traductor es la mejor novela de toda su historia.
Soy poco proclive al fetichismo libresco, salvo, entre unos cuantos casos, con mi edición de El traductor. Lo compré, como reza el manual, de noche, solo, en una librería de la calle Corrientes, con la boca sucia de chorizo y espuma de fernet (sin albur). Lo leí con voracidad en una habitación de hotel. El libro, publicado por Ediciones de la flor con el financiamiento de amigos y parientes, era desde hace años inencontrable. Se lo presté a un par de amigos que no supieron apreciarlo, gracias a Dios, y me lo devolvieron. Ahora que Eterna Cadencia lo reedita, yo ya no se lo presto a nadie. No me lo pidan, aviso. Quien lo quiera leer que se lo compre. Me lo agradecerá.
Hallazgos:
[Andrés Burgos: ¡No!]
[Esteban Mayorga: Neighbors]
[Juan Álvarez: Pueblo alimaña]
[Diego Erlan: Últimos días de Sexton y Blake]
[Rodrigo Blanco Calderón: Maten al león]
[Ricardo Silva Romero: Girls]
[Betina González: Los dulces años del castigo]
El traductor
Con los argentinos hay que tener cuidado: cada tres meses anuncian a bombo y platillo la llegada de una nueva obra maestra que, una vez leída, resulta similar a los libros que se publican en cualquier parte: Chile, España, Bolivia. Pero son tipos extraños, los argentinos, pues cuando en verdad surge en su tierra una obra maestra, salvo por un par de voces, no se dan por enterados. Esto fue exactamente lo que sucedió con El traductor de Salvador Benesdra.
Resulta muy sugerente hablar de la vida de Benesdra, candidato firme al podio de los legendarios escritores malditos, con locura y suicidio incluido. Pero mejor hablemos de la novela, que no necesita de la biografía de su autor para convertirse en mito, no sé si fundacional o culminante, pues no dio inicio ni puso fin a ninguna tradición dentro de la literatura argentina y latinoamericana, sino que más bien entró en ellas como una bomba que debió hacer explotar todo pero sigue ahí, sin detonar. En ella se cuenta la vida de Ricardo Zevi, o más bien, su desmantelamiento y sucesiva normalización. Zevi trabaja como traductor de planta en una editorial “progresista” y es primero testigo y después víctima de los cambios implementados por la nueva administración, decidida a sanear las cuentas, modernizarse y tener una actitud, digamos, más “proactiva”. ¿Les suena? A la vez, Zevi, judío laico y macho porteño (como los de ¿antes?), conoce a Romina, salteña, protestante y frígida, con quien entabla una relación. Mientras el neoliberalismo triunfa en el mundo, Zevi descubre su afición por ciertas perversiones sexuales, y Romina accede a todo lo que su pareja le demanda, siempre en busca de Dios, el orgasmo y el ascenso social, en ese orden. El final, no entro en detalles, es inquietantemente feliz.
Lo que resalta de El traductor es su monumentalidad y ambición, el estilo insolentemente lírico y racional, la voluntad crítica e interpretativa, el valor con que aborda y enfrenta la trama, la teoría y la realidad. La novela, nos dice Benesdra, coleccionista de batallas perdidas, no tiene por qué ser nimia, minúscula y sutil.
Más allá de su incuestionable calidad, llama la atención su vigencia temática. Se dice que nadie retrata con mayor fidelidad la década de los noventa argentinos. Seguramente es así. Pero esto va más allá de los noventa y de Argentina; Benesdra, muerto en 1996, es el escritor que mejor ha sabido entender lo que llevamos de siglo en todas partes, incluyendo el presente y el futuro inmediato (siendo optimistas). Hay libros que también son profecías y éste, por desgracia, es uno de ellos. Seguimos inmersos en una página de El traductor, quién sabe si más cerca del inicio o del final. Quizás, cuando salgamos y nos cuente, al fin, nuestro pasado, será cuando Benesdra tenga el lugar que le corresponde: el de un iluminado sensato.
En una literatura como la argentina, rica en antinovelas, novelitas, noveletas, novelas de prólogos, novelas rompecabezas, novelas gauchescas, novelas nouveau roman, novelas ensayo y novelas conceptuales, pero no en novelas, así, a secas, bien puede afirmarse que El traductor es la mejor novela de toda su historia.
Soy poco proclive al fetichismo libresco, salvo, entre unos cuantos casos, con mi edición de El traductor. Lo compré, como reza el manual, de noche, solo, en una librería de la calle Corrientes, con la boca sucia de chorizo y espuma de fernet (sin albur). Lo leí con voracidad en una habitación de hotel. El libro, publicado por Ediciones de la flor con el financiamiento de amigos y parientes, era desde hace años inencontrable. Se lo presté a un par de amigos que no supieron apreciarlo, gracias a Dios, y me lo devolvieron. Ahora que Eterna Cadencia lo reedita, yo ya no se lo presto a nadie. No me lo pidan, aviso. Quien lo quiera leer que se lo compre. Me lo agradecerá.
Hallazgos:
[Andrés Burgos: ¡No!]
[Esteban Mayorga: Neighbors]
[Juan Álvarez: Pueblo alimaña]
[Diego Erlan: Últimos días de Sexton y Blake]
[Rodrigo Blanco Calderón: Maten al león]
[Ricardo Silva Romero: Girls]
[Betina González: Los dulces años del castigo]